Capítulo 7

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Todos recogen sus escasas pertenencias antes de bajar las escaleras en orden, hasta llegar a la puerta del edificio. Recuerdos confusos, de aquel sueño de antes de la Reunión Ceremonial, vuelven a Maximus en cuanto sus ojos se clavan en la puerta de cristal enmarcada con madera, con detalles arbóreos. El señor Fletcher se coloca delante de la puerta, sacándolo de sus ensoñaciones. Abre la puerta permitiendo que el frío aire de Magna penetre en el edificio. El viento con olor a mar azota fuertemente su uniforme y el de sus compañeros.

—Ahí os esperan vuestros mentores. Que el dios Kilyan os guíe en vuestra efímera vida. Hasta siempre.

Dicho esto, se hace a un lado y deja partir a los muchachos hacia su nuevo destino. Maximus avanza unos pasos hasta llegar al exterior. Respira el aire salado de la ciudad, es extraño, es como si ya hubiera experimentado esa sensación antes. El mundo de ahí afuera no se diferencia demasiado al de dentro: sigue siendo gris y vacío; sin vida. Las vías están mal pavimentadas, hay grietas grandes, profundos agujeros y baches. No hay otros edificios cerca, incluso se vislumbra el mar a unos metros.

El exterior decepciona al joven, pero no lo siente como si fuera la primera vez. Es como si ya lo hubiese vivido. Se esperaba algo más de esa parte desconocida de su mundo. Con esos pensamientos rondándole la cabeza, continúa avanzando hasta que ve a un hombre alto, de cabellos de fuego y rostro encendido, que sostiene un cartel que reza: Maximus Brook. Así que supone que él es su mentor, por lo que se aproxima a él.

—Hola, Bola de Sebo ¿Tú eres Maximus? —le suelta.

El joven lo mira fijamente a sus ojos gélidos, mientras nota como comienza a ruborizarse.

—H-ho-hola, s-sí, soy yo —tartamudea.

No sabe si le agrada demasiado que ese hombre que le acaba de faltar al respeto nada más conocerse, tenga que ser su mentor.

—¿Qué le pasa a tu lengua, Bolita? —se ríe dándole un golpe en la espalda—. Lo de Maximus será por tus dimensiones, ¿no?

Su fétido aliento penetra en su nariz, provocándole ganas de vomitar.

¿Tendré que convivir con este hombre durante cuatro años? Piensa Maximus.

—Espero que no comas como indican tus dimensiones porque si no nos quedaremos sin cultivo.

Maximus lo observa ofendido durante un segundo, mientras el hombre vuelve a reírse como si hubiera hecho el chiste más gracioso del mundo. Finalmente se calma y echa a andar sin ninguna palabra más, así que Maximus lo sigue sin réplica alguna.

—Bolita, soy Nequiel Waëll y por si no te has dado cuenta seré tú mentor.

Atraviesan la calle sin ninguna palabra más, se alejan de los demás antes de que el pelirrojo se detenga en seco para esconderse detrás de las ruinas de un viejo edificio que queda fuera de la vista de cualquier curioso.

—Bien, Sebito, ahora te voy a enseñar una cosa que, si la cuentas, nos traerá muchísimos problemas pero que si mantienes esa boca por la que solo ha de entrar comida, cerrada, nos traerá muchos beneficios. Así que mantén el pico cerrado.

Ese hombre no hace más que sorprender al joven, incluso le da un poco de miedo, le parece un loco. Pero, traga saliva y asiente vacilante. Nequiel pasa su mano por su rostro, luego por el de Maximus, emitiendo brillantes destellos plateados. Nunca ha visto nada semejante. De pronto, su entorno se desvanece y es sustituido por un nuevo emplazamiento.

Maximus lo observa con curiosidad. Es como uno de los mini-campos de cultivos que poseían en el Edificio de Educación, pero en una gran extensión. Hay todo tipo de árboles y vegetales. A lo lejos, se puede vislumbrar una arquería que precede al claustro de una casa de una única planta en forma de ele. La fachada es blanca, con unas tejas rojizas que llaman la atención, combinado con el color de los marcos de las puertas y ventanas.

Sombras del tiempoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora