PARTE I. ILIKA

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La hicieron nacer entre las olas del tiempo y navegar entre ellas

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La hicieron nacer entre las olas del tiempo y navegar entre ellas. Un ser frágil, efímero, concebido para velar por todo cuanto habían creado. Nació de entre la bravura del fuego, mecida por el susurro del viento, germinada entre las raíces de una tierra joven y fértil, arropada por todo un mar en calma. De todas ellas tomó lo que le dieron, marcándola por nacimiento, destinándola a ser quién fue. Pero su creación fue en definitiva gracias a una gota de la sangre más divina que jamás ha existido. Así fue cómo se creó la primera humana en Carena. Sangre de la sangre de la diosa primordial.

Jelka fue el nombre que le otorgaron, pero solo fue uno de todos aquellos por los que fue nombrada a lo largo de su historia. Tuvo el privilegio de crecer allá donde habitaban las criaturas más poderosas, las que le habían dado la vida. Vivió en la morada de las diosas hasta que le fue encomendada la misión para la que había sido creada; reinar sobre Carena impartiendo al resto de mortales las enseñanzas en las que las diosas la habían adoctrinado durante su niñez.

Su reinado se prolongó durante larguísimos años, en los que se consolidaron todos los valores que las diosas deseaban para su nueva tierra, que habían creado con tanto ahínco. Parecía su cometido no acabar nunca, pues Jelka no era una mortal más. Si bien era humana, había sido hecha a partir de la sangre de la diosa Riska. Era en realidad, una privilegiada, que perpetuó un linaje emparentado con lo divino. A ella, por tanto, la obsequiaron con otro presente heredado también por sus hijos y los hijos de sus hijos.

Pero para Jelka, más que un regalo fue una maldición eterna. Pues ella apenas envejecía mientras a su alrededor todo cuanto conocía se desvanecía. Sin embargo, su reinado no duró eternamente. Las diosas un día la reclamaron, cuando en apariencia aún era joven, pero ya había vivido varios siglos. Volvió a la morada de las diosas para no volver jamás a su palacio. Su descendencia, por mandato de Riska, fue la designada para tomar el trono de Carena, velando por los valores que las diosas habían establecido en su mundo.

En cuanto a Jelka, un destino diferente la aguardaba a su encuentro con las divinidades.

—Tu misión en Carena ha terminado por ahora, Jelka —la recibió una voz arenosa a la entrada de la morada de las diosas.

Así fue como después de una eternidad se reencontró con la diosa de la tierra. Al contrario de lo que Jelka esperaba, tras años a su servicio el encuentro fue distante. No dijeron ni una palabra más mientras atravesaban los corredores del grandioso palacio para ir al encuentro con su destino.

Llegaron hasta una inmensa sala circular rodeada de altas columnas en las que se enredaban flores y plantas, que alcanzaban hasta el abovedado techo repleto de ventanales. Allí las esperaban las otras cuatro diosas, cada una en una esquina de la estancia.

Jelka se aproximó hasta situarse en el centro, mirando a Riska, quien solía hablar por todas ellas.

—Hemos creado unos nuevos seres para ayudarte en tu tarea —comenzó a explicar la diosa.

Por un momento Jelka sintió alivio, como si la hubieran liberado de una enorme carga. Pero ese sentimiento no tardó en reaparecer cuando le explicaron en qué consistía su nuevo cometido.

—Deberás ahora proteger Carena desde las sombras. Estos nuevos seres pueden jugar con el tiempo, lo que te permitirá adelantarte a cualquier acontecimiento que suceda.

Las diosas habían creado unos humanos capaces de navegar entre las olas del tiempo, condenándola a ella a viajar con ellos para velar por la seguridad de Carena.

—Pero eso no es todo —añadió Ilika, con su voz de arena—. Hemos descubierto, que el destino de Carena está ligado al de la Tierra. Por lo que debéis arreglar los desastres cometidos allí para que nuestro nuevo mundo sea un lugar seguro.

Esa fue su sentencia escrita en piedra. Marcada de por vida para vagar entre las sombras del tiempo. Relegada al olvido, hasta por quienes le dieron la vida y todo le debían.

—Que así sea —aceptó ocultando su resignación.

Pero mientras se alejaba de allí, dispuesta a comenzar sus nuevas labores, aún le aguardaba una advertencia, que recordaría todos los días de su vida.

—Recuerda que jugar con el tiempo es peligroso.

Esa solemne voz permaneció como un eco en su memoria hasta el fin de los tiempos. 

Sombras del tiempoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora