Capítulo 19

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Dejaron de girar. Aterrizaron en una tierra que no se parecía en nada a la que Siena había dejado atrás tan solo unos días antes. Naenia se había dividido en cinco partes dejando de ser una unidad. Todo parecía haber cambiado, se veían grandes columnas de humo a lo lejos, y quizás fue porque aparecieron en un desierto árido, pero Carena les pareció un lugar tan inhóspito como la Tierra.

—¿Sabes dónde estamos Siena? —preguntó Tavey—. ¿Sabes cómo llegar a la morada de las diosas?

Siena giró sobre sí misma sorprendida del paisaje que se extendía a su alrededor. Pero en su corazón experimentó una sensación que la hizo sentir a salvo, en casa. Y que la impulsaba a seguir adelante. Ese sentimiento la guiaba, le enseñaba el camino hacia su salvación.

—Tenemos que seguir andando unos kilómetros hacia el norte. Cuando estemos cerca lo sabremos.

El resto asintieron y se pusieron en marcha. Como había dicho la princesa anduvieron varios kilómetros a través del desierto. No encontraron nada ni a nadie. Era imposible hacerlo en medio de la nada. Por aquel camino sólo se iba a la morada de las diosas, y parecía que todos habían perdido la fe.

—¿Estás segura de que son solo unos pocos kilómetros? Aquí hace mucho calor. Tengo sed —empezó a protestar Phoebe.

La chica, desacostumbrada a la calidez que abrazaba a Carena, empezaba a andar más despacio quedándose atrás. Siena iba acompañada por Tavey y Maximus los seguía muy de cerca. Ninguno de los tres se giró para hacer caso de sus quejas, pero ella seguía.

—Debéis saber que solo yo podré entrar en la morada de las diosas. Vosotros debéis aguardar fuera —les comunicó la princesa.

Tavey y Maximus intercambiaron una mirada de preocupación, pero asintieron y continuaron caminando a su lado. Pasaron varias horas antes de que comenzaran a vislumbrar a lo lejos el océano Kiriffa extendiéndose ante ellos. Más allá se podían percibir unas altas columnas que se perdían entre las esponjosas nubes. Conforme se acercaban apreciaba mejor la belleza del lugar. Se trataba de una preciosa isla llena de vegetación, salpicada de esculturas de mármol que brillaban bajo la luz del sol. En el centro de todo, una gran mansión donde residían las dueñas de todo el universo.

—¡Es impresionante! ¡Ha merecido la pena toda la caminata! Espero que nos reciban con un gran banquete...—empezó Phoebe.

Siena, Tavey y Maximus, que aún iban adelantados se giraron inmediatamente cuando Phoebe llegó corriendo. Casi la fulminaron con la mirada. Phoebe se tragó su entusiasmo, ya no se le ocurrió decir ni una palabra más. Por fin llegaron a la playa donde había una pequeña barquita. La princesa se acercó ahí dispuesta a marcharse. Tavey la siguió para despedirse.

—Te esperaremos aquí. Ten cuidado. Espero que encuentres las respuestas que necesitas.

Tavey alzó su mano para depositarla en su hombro y apretarlo levemente con la intención de insuflarle el ánimo que creía que necesitaba. Siena sintió como el calor se extendía por sus mejillas con aquel simple gesto. Sonrió tímidamente mientras hacía una inclinación de cabeza. Ningún humano, que no fuera su nodriza Onelee se había atrevido nunca a tanto con ella. Pero la princesa no se dejó confundir.

Sin esperar ni un segundo más, con la ayuda de Tavey y Maximus arrastraron la barca hasta el agua. Siena se subió y comenzó a remar dejándolos atrás en un mundo desconocido para ellos. Mientras tanto ella acudía a la cita con su destino. Se adentraba cada vez más en el océano, el mismo que había representado en el techo de su habitación, con todas las diosas. El mismo que la había velado todas las noches. Kiriffa la empujó suavemente, permitiéndole llegar por fin hacia el lugar más divino de todo su mundo, quizás del universo.

Sombras del tiempoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora