Un rugido abrumador brotó de las profundidades de la tierra cuando se partió en medio del temblor más fuerte hasta la fecha. La gente tenía que agarrarse a la pared para no caer al suelo. Muchos edificios se derrumbaron, muchos murieron. Pero no había hecho más que empezar. Justo en ese momento se abalanzaron contra el palacio de Eileen más de un millar de sombras armadas. Su intención no era otra que raptar a la princesa y matar al rey. Lograr hacerse con Naenia.
En sus aposentos la princesa observaba la batalla. Todo estaba perdido para ella. Debía de haberse escabullido durante la noche para entregarse. Habría evitado muchas muertes, pero ya era tarde. Había intentado salir por la noche, pero Din-Lebdub jamás se despegaba de su puerta. Ni jamás lo haría.
Solo le quedaba esperar a que llegara su hora. Aunque quizás pudiera salir de allí usando las teletransportadoras. ¿Pero adónde iría? Si su padre no le había propuesto ya esa opción sería porque todos los castillos con teletransportadoras estaban ya tomados. Pero tenía que haber otra opción. Seguro que alguien más tenía una con la que pudieran hacer una conexión. Con esa idea tocó a la puerta para intentar comunicárselo a Din-Lebdub. Pero no le abrió.
—¡Estúpido soldado! ¡Ábreme! Tengo que hablar con el rey Nacan ¡Creo que tengo una idea para arreglar esto! —gritaba mientras le daba golpes a la puerta.
Estaba desesperada. Se resistía a que eso fuera su fin. No podían dejar que Naenia cayera en manos de la tiranía. ¿Qué sería de su pueblo? En realidad, eso a los hermanos de su padre no les importaba. Los habían diezmado solo para poder ser reyes. Ahora habían unido sus fuerzas, pero ¿por cuánto tiempo? Cuando se hicieran con el control no pararían, iniciarían guerras entre ellos y eso no se podía permitir. El sufrimiento de su pueblo era algo que no podía consentir. Eso era lo que Jelka había pretendido enseñarles, la palabra que había tratado de hacer llegar a todos los habitantes de Carena. La voz de la paz.
—Siena, no puedes salir de aquí. El rey Nacan está muy ocupado y no puede atenderte. Tengo órdenes de que no salgas de aquí.
La princesa resopló y se dejó caer hasta el suelo. Enterró la cara en las rodillas y lloró desesperada. Soltó toda la rabia que tenía dentro en forma de lágrimas. No lloraba porque fuera a morir, sino por todo lo que iban a perder. Toda esa gente iba a pasarlo muy mal, ella estaba intentando hacer algo para que no ocurriera, pero su padre como siempre se negaba a escucharla. De nuevo la encerraba en su habitación, como si eso fuera a solucionar algo. No había aprendido la lección. La primera vez casi la matan, ¿qué pasaría esta vez? Que la matarían de verdad.
—Por favor Din-Lebdub, recuerda la última vez —suplicó.
Pero él no le hizo caso. Quizás no la escuchó. O quizás sí, pero decidió no hacerle caso.
Aquellas sombras se deslizaron dentro del castillo casi sin encontrar resistencia. Lo arrasaron todo sin piedad y pronto los cadáveres se acumulaban por los majestuosos pasillos del palacio que había visto tanto esplendor. Ahora estaba conociendo la muerte con las paredes salpicadas por la sangre de los hombres y mujeres que trataban de defender su hogar. En su habitación, la princesa estaba desesperada cuando las puertas se abrieron y los soldados la rodearon para protegerla. Al frente de ellos se encontraba Din-Lebdub. Todo apuntaba a que aquello sería su final, pero entonces la anciana nodriza llegó tambaleándose, apoyándose en las paredes para sostenerse en pie, aquella era la última cosa de importancia que quizás pudiera hacer en su vida.
—Daros prisa, tenemos que hacer que la princesa salga de aquí —dijo acercándose a Din-Lebdub.—¿Cómo? Es imposible todas las salidas están bloqueadas —contestó él.
Onelee sin hacer caso de la respuesta del joven avanzó hasta el armario. Le hizo un gesto a los soldados para que acudieran en su ayuda. Los hombres corrieron y con gran esfuerzo comenzaron a deslizar el armario hacia un lado. La anciana se dirigió a Siena, la cogió de las manos y le habló:
—Niña, han venido a buscarte. Debes irte con ellos ya. Ellos te mantendrán a salvo.
Siena ya no confiaba en su nodriza, así que la sombra de la duda se extendió sobre su corazón. ¿De verdad la mantendrían a salvo?
—¿Quiénes? —fue lo único que respondió.
Onelee la tomó del brazo mientras la acompañaba hasta el armario. Los soldados consiguieron apartarlo, pero allí no había nada. Tan solo una pared. Todos pensaron que aquella vieja estaba delirando.
—¿Qué pretendes Onelee? —le espetó Din-Lebdub.
La anciana siguió avanzando a paso lento con Siena del brazo, como si tuvieran todo el tiempo del mundo. Como si en ese preciso momento un centenar de sombras no estuvieran corriendo por los pasillos del palacio buscándola.
—Queridos amigos, no todo es lo que parece ser. Debajo de la pared hay una puerta que lleva a un pasadizo secreto —entonces se giró para dirigirse a la princesa—allí te esperarán ellos.
Los hombres se apresuraron en buscar aquella puerta, hasta que al final el papel de la pared se rajó. Estiraron y ahí estaba. Era casi tan antigua como Naenia. Estaba atascada, pero tras algunos golpes cedió. La puerta se abrió y Onelee empujó a Siena dentro.
—Mi niña, debes marcharte. No te preocupes por nosotros. Sé que volverás y obtendrás lo que mereces por nacimiento —le dio un abrazo, al que Siena respondió torpemente—. Te quiero mucho, pequeña, no lo olvides. Sé que harás lo correcto.
No hablaron nada más. La anciana se apartó y la dejó en aquel corredor oscuro con olor a humedad, con todo el dolor de su corazón. Dejaba todo lo que alguna vez había amado de verdad a merced de unos desconocidos. Eso era demasiado incluso para quien había vivido cientos de vidas. Aun así, antes de que rompieran el contacto visual, a la princesa le pareció que la nodriza trataba de susurrarle algo más. Algo que solo ellas pudieran saber.
—Encuéntrala —fue todo lo que le pareció escuchar a la princesa.
Siena miró más allá, pensando que se refería a la salida, pero no pudo ver nada. Se volvió para mirar de nuevo a su habitación y se encontró con Din-Lebdub. Le tendió la mano y él la cogió.
—Gracias por tus servicios, Din-Lebdub. Espero que volvamos a vernos —se despidió ella con un hilo de voz.
El soldado se llevó la mano de ella a los labios para dejarle allí un delicado beso. Le hizo una reverencia antes de soltar la mano. Nunca hubiera pensado que se iba a sentir apenada al despedirse de aquel joven que tantos quebraderos de cabeza le daba, pero así fue. Le pareció que se quedaba con un pedazo de su esencia para él. Eso es lo que pasa cuando compartes la vida con alguien, al fin y al cabo. Sin quererlo le otorgas una parte de ti, y cuando se va, la absorbe. Con todo lo que habéis vivido, con todo lo que os habéis enseñado. Eso fue también lo que le pasó a Siena con el joven guardia.
—Ese es mi deber, alteza —inclinó la cabeza y añadió—: defenderé Naenia hasta la última gota de mi sangre.
Siena asintió levemente mientras le dedicaba una mueca que pretendía ser una sonrisa. Los ojos se le empañaron de lágrimas y antes de que pudiera darse cuenta la habían encerrado en aquel corredor llenó de oscuridad, dejando atrás toda su vida. No creía que aquello pudiera ser real. Parecía un sueño del que quería despertar.
A ciegas avanzó apoyándose en la pared, dando pasos cortos para no tropezar ni golpearse. No sabía cuánto tiempo había pasado desde que estaba allí cuando de repente una luz la cegó.
—¡Eh! —dijo una voz.
—¿Princesa Siena? —dijo otra.
—S-sí —contestó ella atemorizada.
Antes de que pudiera decir nada más los dueños de aquellas voces avanzaron corriendo hacia ella. Cegándola cada vez más con la luz que portaban. Todo ocurrió muy rápido. No pudo ni siquiera ver quién eran aquellas personas que de repente la agarraron de las manos sin mediar más palabra y saltaron hacia el vacío. Todo era oscuridad, pero de repente la nada comenzó a llenarse de colores, de luces muy brillantes. Estaban flotando, flotando sobre Naenia a toda velocidad. Se alejaron sin saber a ciencia cierta si algún día podrían traer a Siena de vuelta. No sabían qué pasaría, eso lo decidiría el tiempo.
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Sombras del tiempo
Fantasy«Tres historias. Dos mundos. Una guerra. Un solo vencedor.» En Carena, un mundo gemelo a la Tierra creado por diosas para corregir los errores de la humanidad, la paz se ve amenazada por una guerra sin precedentes. Siena, una joven princesa atrapada...