Capítulo 31

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La conexión que había entre ellos dos se estaba debilitando. Las corrientes de colores se mezclaban cada vez más, creando un tono azul más intenso. Siena estaba sorprendida de todo su poder. Yemons se alimentaba de la magia de los jóvenes de Bailey Faith. Allí estaba la fuente de toda su fuerza. Pero Siena jamás había utilizado la magia para otra cosa que no fuera para viajar en el tiempo, tenía entendido que era lo único que podía hacer. Sin embargo, estaba empezando a pensar que había algo mucho más grande en ella.

Por fin alcanzaba a entender los hechos acontecidos en los últimos días. Podía hacer más de lo que creía. Por eso había podido escapar tan fácilmente de Carena. Era fuerte. Era poderosa. Era todo lo que su mundo necesitaba. Y lo iba a demostrar.

Tavey había abandonado ya el duelo, porque no le quedaban fuerzas, pero con las pocas que le conservaba estaba intentado romper el vínculo que unía a la joven de la que estaba tomando los poderes Yemons para debilitarlo. De otra forma él cada vez sería más fuerte, al contrario que Siena.

Pero entonces algo cambió. Siena se sintió más fuerte que nunca, como si un rayo divino la estuviera atravesando. Era como si un poderoso viento estuviera soplando tras ella, impulsándola con la fortaleza de un vendaval. Fue como si estuviera navegando entre un mar de fuerzas. Lo sintió todo. Notó la llamada de la tierra y el fuego de la rabia por todo lo que había perdido ardió en su interior.

Todas estaban con ella. En su mente rezó una plegaria. Las invocó una vez más. Asha. Azariel. Ilika. Eteri. Riska. La fuerza de todas estaba dentro de ella.

Tomó una gran bocanada de aire, y movida por una energía ajena a ella retiró los brazos una fracción de segundo. Los rayos lanzados por Yemons estuvieron a punto de alcanzarla, pero en ese momento, tomó toda la energía que estaba recibiendo de él, junto con la suya para emitirla de vuelta, pero más potente si pudiera, reflejándola en los altísimos muros de aquel palacio, para dirigirse finalmente a su víctima: Yemons de Blodewaud.

No pudo hacer nada por evitarlo. Fue alcanzado por una mortífera esfera de destellos de diferentes colores. Se rompió la conexión con la joven, que cayó de golpe al suelo. Y antes de que cualquiera de aquellos cuatro pudiera volver a respirar, todo desapareció en una nube de polvo, fuego y oscuridad, de la mano de una estridente explosión que resonó por todos los distritos de la ciudad.

Su cuerpo se volatilizó, fue como si nunca hubiera existido. Tavey con los oídos taponados por la fuerte explosión intentó incorporarse entre los escombros. No sabía cuánto tiempo había pasado, pero ya no quedaba en pie nada de la grandeza de aquel lugar. Lo único que se sostenía eran las cuatro columnas, y la fuente de piedra. Miró a su alrededor, aunque veía borroso, y le pitaban los oídos. Vio una figura que trataba de incorporarse, un poco más allá. Él intentó levantarse también y acudir en su ayuda. Cuando llegó hasta ella le tendió la mano para ayudarla a levantarse.

—¿Qué ha pasado? —le dijo la chica—. ¿Tú quién eres?

Cuando la chica lo miró a los ojos, Tavey se estremeció. Su rostro era exactamente igual que el de Siena, pero no solo eso. Sus ojos, tenían la misma expresión, el mismo pelo. Parecía la princesa. No supo qué decir, le costó unos segundos reaccionar. Aquello tenía sentido. Había estado planeado desde siempre. Difícilmente cambiarían los designios del destino.

—Soy Tavey. Tranquila, creo que ya ha acabado todo. Quizás luego te lo expliquemos. Acompáñame.

—G-gracias, Tavey. Yo soy Skai —dijo confusa.

Tavey intentó dedicarle una sonrisa, pero no le salió. Miró a su alrededor e intentó buscar los restos de Yemons, que por supuesto no encontró. Miró más allá intentando encontrar alguna señal de Siena, que tampoco halló. Sorteó los escombros que lo separaban del lugar donde estaba su amiga.

—¡Siena! —gritó cada vez más desesperado.

Pero nunca halló tampoco una respuesta. Porque ella en realidad ya estaba muy lejos de allí. Su cuerpo reposaba entre los escombros, ya sin vida. No quedaba ninguna energía en su ser. Encontraron allí su cadáver, aún caliente por su reciente partida. Tavey estaba preparado para ese momento, sabía que algo así podría suceder. Pero no lo creía. No lo quería creer. Le quitó los pedazos de piedras que habían caído sobre ella, aplastándola y la tomó entre sus brazos, acurrucando la cabeza en su regazo.

No pudo decir nada. Derramó una lágrima sobre su mejilla, que se acomodó y la recorrió como si fuera ella quien la hubiera soltado por dejar atrás aquel mundo. Se marchó sin despedirse, sin mirar atrás. Al fin y al cabo, eso era lo que la había caracterizado siempre; hacer todo lo posible por cumplir con su deber. Ser libre.

Se había convertido en un alma más liberada de las sombras del tiempo. Por ella ya las manecillas del reloj no se volverían a mover, al menos en ese espacio, en ese tiempo.

Sangre de su sangre para la derrota. Su propia sangre para vencer o perder. Sangre envenenada, derramada por venganza. Contra eso ninguno de los dos pudo vencer. 

Sombras del tiempoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora