Capítulo 12

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Los tambores de guerra resonaban entre el eco de los infinitos. Un destello cruzó el cielo como un aviso de lo que iba a acontecer. Aquello no estaba previsto, ni escrito en ninguna profecía. No podían permitir que algo así ocurriera o todo sería arrasado. Ni siquiera estaban seguras de que incluso ellas pudieran sobrevivir a un choque de fuerzas tan grandes.

Aquella noche cuando los aullidos salidos del infierno llegaron hasta su morada, decidieron disponerlo todo para reunirse cuanto antes con el fin de alcanzar una solución pacífica a aquel conflicto sin sentido. En unas pocas horas se formó el consejo alrededor de una gran mesa redonda construida con el oro más puro que había existido jamás. Cinco figuras rodeaban aquel lujoso mueble, en una habitación bañada por la luna. Una de las asistentes hizo un ligero gesto con la mano para llevarla a su boca, sopló dejando su aliento en ella, para seguidamente hacer de nuevo un gesto expulsando su brazo hacia un extremo de la habitación. Así se hizo el fuego que comenzó a crepitar como telón de fondo de la velada, además de iluminar el gran salón en el que la única riqueza no era aquella mesa.

—¿Qué creéis que debemos hacer ante tal amenaza? —dijo una voz solemne sin andarse con rodeos.

El silencio duró un poco. En aquel lugar eran todas precavidas. Era algo que le habían enseñado los años. Y los siglos. Cualquier palabra sería objeto de elucubraciones que llevarían a horas de discusión, quizás meses antes de tomar una decisión final con la que todas estuvieran de acuerdo. Sin embargo, dado su experiencia y la seriedad del asunto que les ocupaba todas tenían relativamente claro cómo actuar.

—Creo que no hay mucho que podamos hacer —dijo una voz grave.

Era como el viento. Su voz era un susurro suave, un silbido que acariciaba los oídos y los mecía en una melodía agradable para el alma.

—No podemos lanzarnos a esta lucha, nos arriesgamos a perderlo todo. Tendríamos que empezar de nuevo y ya estamos muy cansadas para ello.

La voz poderosa de quien le había dado vida al propio fuego se unió a la causa. No había temor en ella, al contrario. Escuchar cómo se formaban los sonidos en su garganta infundía un profundo respeto.

—Al menos deberíamos contenerlo. Darle un poco más de tiempo.

Esta vez se les unió una voz que era enérgica como una corriente, constante como el ritmo de la lluvia chocando con el suelo. Por último, un sonido arenoso precedió a la última voz. Llena de alegría, sonaba a vida, a pureza.

—Estoy de acuerdo. Es lo único que podremos hacer —coincidió.

Las figuras a las que pertenecían aquellas voces, con las que cualquier mortal quedaría hechizado, intercambiaron una mirada de complicidad entre ellas.

—No debemos intervenir más allá. Debemos confiar en nuestra creación. Si merecen sobrevivir lo harán —dictó la primera voz.

Su mandato fue grabado como un pacto inquebrantable por los muros de aquella morada. Una vez dicha su palabra, jamás podría romperse. Así que, como única forma de afrontar la situación a la que se vieron abocadas unieron sus manos tratando de frenar lo inevitable, la colisión de las fuerzas más grandes que existían en el universo. 

Sombras del tiempoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora