PARTE IV. AZARIEL

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Hubo un tiempo en el que eran cinco los aspirantes al trono de Carena

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Hubo un tiempo en el que eran cinco los aspirantes al trono de Carena. Las diosas habían decidido que no reinaría el heredero de más edad, sino el más apto para la tarea. Así que invitaron a los cinco hermanos a pasar una temporada en su morada con el fin de determinar tal cosa. Los cinco acudieron a la llamada de sus deidades acatando así su voluntad.

Después de lo ocurrido con su padre, las divinidades querían estar muy pendientes de entrever si la oscuridad emergía de sus corazones. Con esta premisa fueron meses lo que duró aquella visita, que cada vez se extendía más en el tiempo. Las diosas parecían no estar contentas, no encontraban la respuesta que buscaban.

Interminables horas duraban los banquetes que presidían las dueñas del mundo, en las que charlaban con los hermanos de todo cuanto les preocupaba para el correcto funcionamiento de Carena. Escuchaban las opiniones que tenían sus invitados al respecto, valorando sus respuestas como si de un examen se tratase. Pero a las diosas, nada les parecía suficiente después del error cometido con Yemons de Blodewaud.

También fueron numerosas las pruebas que tenían que superar con astucia y esmero, pero la balanza no parecía inclinarse hacia ninguna de las cinco esquinas de aquel rompecabezas. Aunque con el tiempo, las diosas empezaron a intuir la personalidad de cada uno de ellos. Vintaz de Blodewaud parecía haber heredado las ansias de poder de su padre, por lo que las diosas estaban cada vez más reacias a su presencia.

Fue una tarde, durante una de las pruebas que se enzarzó en una pelea con su hermano menor, Nacan, que el mismo Vintaz había provocado. No fue la primera vez que dejó entrever su carácter violento. Pero esa tarde, desató toda su ira contra su hermano. Antes de que nadie pudiera intervenir para separarlos, el menor estiró el brazo con dificultad hasta que alcanzó algo con lo que defenderse.

No se dio cuenta de lo que era, hasta que fue tarde. Le golpeó con un candelabro en la cabeza, con tan mala fortuna, que la vela derretida le cayó a Vintaz dentro del ojo.

El aullido del aspirante a rey se escuchó hasta en los jardines de la morada de las diosas. De inmediato todos acudieron para enterarse de lo ocurrido. Vintaz acabó separándose de su hermano. Desde ese momento, comenzó a crecer dentro de su oscuro corazón un odio contra el que nadie podría luchar. Recuerdo de ese día, que no haría más que avivar el fuego del rencor, fue la cicatriz que le quedó en la mejilla derecha, por la quemadura, además del ojo que perdió también por esta causa. Tras aquel episodio, Riska lo echó de su morada, descartándolo para siempre como heredero al trono.

Solo quedaron entonces cuatro hermanos. Dos de ellos eran gemelos; Grerak y Krul. Su mirada, fría como el hielo comenzó a hacer desconfiar a las diosas, así que comenzaron a observarlos con más ahínco. Así descubrieron que también había maldad en sus actitudes. En las discusiones trataban de manipular al resto de interlocutores para alcanzar el acuerdo final que ellos deseaban, porque parecía que eran dos cuerpos para una misma mente. Todo lo maquinaban de forma conjunta, y así era que actuaban. Tampoco jugaban limpio en las pruebas, en las que se ayudaban y entorpecían a sus contrarios. De esta forma también ellos fueron descartados, pues las diosas querían un rey honesto y que no fuera un títere de su hermano. Ni Grerak ni Krul cumplían sus expectativas.

Así quedaron Redandcrow y Nacan. El tiempo se agotaba, Carena no podía estar sin un gobernante al frente, pues el trabajo se acumulaba, las gentes se impacientaban. Las diosas decidieron ponerle fin a la discusión al atardecer del último día del año. Quedaba la última prueba, la más complicada.

Los herederos fueron llamados al mar que se extendía entre la morada de las diosas y Carena. Les hicieron sumergirse, sin despojarse de sus vestimentas. Sin pensarlo, los dos hermanos descendieron hasta que su piel entró en contacto con la humedad del agua.

—Entregaos a Azariel —pidió Riska con tono ceremonial.

Los hermanos se miraron confundidos. Nacan entonces entendió lo que debían hacer, así que se relajó hasta permanecer flotando sobre el agua. Hundió la cabeza, manteniendo la respiración hasta que se sintió muy lejos de ese mundo, entregándose por completo a las corrientes del mar, sin importar donde le llevarían. Confiando en el agua, en su diosa.

La divinidad tomó ese momento que le había regalado el joven para explorar por fin en su interior. No encontró rastro de nada que tuviera apariencia corrupta. Así que lo ungió con la pureza impoluta que navegaba entre sus olas, sintiéndose él un hombre nuevo. En ese momento supo que tenía que abrir los ojos. Así lo hizo, volvió para sostener la mirada de las cinco diosas, que ahora lo observaban con un brillo especial. Supo sin una palabra que era el elegido. Buscó los ojos de su hermano, en los que encontró la aprobación y el orgullo.

De esta manera la relación con todos sus hermanos se resintió, hasta que poco a poco años más tarde, tuvo que desaparecer, porque era lo que su corazón le indicaba, y había aprendido a hacerlo gracias a Azariel. Pero en muchas ocasiones, tener fe ciega en su corazón, le había hecho equivocarse. Sin embargo, eso no quería decir que Nacan fuera un ser oscuro, ni que la maldad dominase en él.

Las diosas dictaminaron que Nacan de Blodewaud, debía ser el siguiente rey de Carena. Y así fue. Pero como todo rey, necesitaba a una reina. Y las diosas, tampoco querían dejar ese elemento al azar. Así que hicieron llamar una vez más a la humana primigenia. Ella debía ser capaz de volver a dirigir Carena, esta vez, desde un segundo plano. Ayudando a su rey, hasta que estuviera preparado para gobernar en solitario.

Por supuesto, que hicieron a Jelka adoptar otra identidad. Después de tantos años, nadie sospechaba que fuera ella. Pues hacía siglos que ella había dejado su reinado. Nadie sospechaba que fuera ella.

Se encargaron además de que su relación fuera idílica, de que Nacan sintiera verdadera admiración por ella. Así que no tardó en proponerle matrimonio, al que Jelka tuvo que someterse por la voluntad de las diosas.

Esa fue otra de las deudas que las divinidades dejaron sin pagar. Todo apuntaba a que Carena sería un mundo estable y feliz por muchos siglos. Pero hasta los dioses deben pagar sus deudas. 

Sombras del tiempoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora