Capítulo 8

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Poco duró la paz en Carena. La princesa no quería ver a nadie. Ni siquiera a su nodriza. No salía de la habitación para nada. A solas con sus pensamientos comenzó a volverse loca. Tampoco quiso despedirse del duque de Lith cuando acudió acompañado por Din-Lebdub al día siguiente de la fiesta. Solo quería saber si se encontraba bien, pero ella deseaba permanecer aislada, sin más compañía que el runrún que otorgaban las malas voces a los rincones de su conciencia. Estaba asustada por lo que le había sucedido, sentía que ya no podía confiar en nadie. Perdida, sola y encerrada. ¿Acaso tenía alguna opción?

Todo empeoró cuando la noticia de que la guerra se reiniciaba llegó al palacio. Al parecer los hermanos de su padre se habían aliado, porque creían que los tres juntos serían más fuertes. De momento estaban resistiendo a sus ataques, pero no sabían cuánto aguantarían sin caer. Siena no dejaba de soñar con aquella mirada que le había lanzado su tío Redandcrow antes de desaparecer. No estaba tan segura como Onelee de que no se hubiera dado cuenta de lo que había sucedido. Pero no podía hablarlo con nadie. Estaba sola en eso. Y en todo. ¿Qué sería de ella?

Pasaron varios días más, en los que Siena continuó con su aislamiento. Ensimismada en los detalles de lo que había acontecido, como único escape a la incertidumbre de lo que quedaba por venir. Pero entonces, su vieja nodriza acudió a ella con un susurro cargado de lamento por voz. Casi le rogaba con sus movimientos que le permitiera estar en su presencia.

Onelee era consciente de que la princesa había perdido la confianza en todo el mundo. Y eso era algo que no podía permitirse. Así que, con la intención de hacerla volver a creer, se sentó a su lado en una silla. Mirando hacia el paisaje que les aguardaba en el exterior, y que tal vez no pudieran contemplar durante mucho más tiempo.

Ni siquiera trató de alargar la mano hacia ella para mostrarle su apoyo. Ni tampoco pretendió peinarle los cabellos como solía hacer para tranquilizarla, para que encontrara la calma que le faltaba. Simplemente permaneció allí, en silencio. Respirando el mismo aire que su princesa, por la que había dado la vida a cambio de nada. Así es el amor. No sé sabe ni dónde empieza ni dónde acaba. Tampoco entiende de deudas. Lo único que cuenta es un simple sentimiento y las buenas voluntades que emanan de él; paz, libertad y lealtad. Esos conceptos flotaban en el ambiente, inhalado por ambas, corriendo el peligro de intoxicarse.

—Niña...—murmuró la anciana quebrando por fin el silencio—. Déjame que te cuente una historia.

Siena no se inmutó. Iba a moverse para protestar. No quería escuchar hablar más a esa vieja. Sin embargo, todos los sentimientos que navegaban en la estancia actuaron como calmantes que adormecieron a la fiera de su interior. Quizás fueron las diosas que mermaban su temperamento para que escuchara las palabras de la sabia Onelee.

—Te contaré la historia de Jelka —Onelee se detuvo esperando que Siena hiciera algún gesto, pero seguía sin hacer gesto alguno—. Es tu antepasada más antigua. Por tus venas, al igual que las suyas, corre sangre de las diosas. Tuvo que estar al frente de Naenia durante siglos, profetizando la palabra de las diosas. Pero cuando Riska la convocó en su morada para dar por finalizada su misión en Carena, no fue para dejarla descansar. Ni mucho menos. Ella no ha encontrado descanso nunca. Quizás algún día lo encuentre. Pero aún no.

La nodriza hablaba amargamente de la historia de Jelka. Parecía que sintiera ese cansancio como propio. Que el dolor de los años, de los siglos le atenazaba las entrañas.

—Le encomendaron una misión que se le antoja eterna. Es una condena —sentenció la anciana—. Pero niña, tienes que comprender, como hizo Jelka ya hace tiempo, que la vida está plagada de luces y sombras. No te escondas en la oscuridad porque la luz te deslumbre. A veces hay que abrir los ojos a la realidad. Ser conscientes de lo que nos rodea, por mucho dolor que nos cause. A Jelka le dieron la espalda sus diosas, por lo que había trabajado toda la vida. Si se hubiera amarrado a eso, no hubiera podido seguir adelante. Confío en que un día encuentre cómo solucionar el rompecabezas y alcance por fin el descanso eterno. Al igual espero que tú aprendas cuál es tu lugar, y que lo ocupes.

Sombras del tiempoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora