Capítulo 17

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El mundo dejó de girar. Tres figuras se detuvieron ante una especie de puerta abierta con marcos dorados y algunas runas grabadas. Pusieron sus pies en el suelo con delicadeza, dejaron de flotar. Avanzaron hacia la puerta y así traspasaron la frontera. Fue una sensación extraña, a la que ellos ya estaban acostumbrados. Sin embargo, Siena era la primera vez que la experimentaba. Cuando se giró se dio cuenta de que no era una puerta, sino un espejo. Antes tenía una forma líquida, pero de repente se volvió totalmente sólida. No veía qué había más allá, sólo su reflejo fascinado por lo que acababa de acontecer.

—Bienvenida al mundo detrás del espejo, princesa —comentó uno—. Ahora estás en la Tierra.

Siena observó al muchacho que le había hablado. Tendría unos años más que ella, era moreno y estaba un poco escuálido. No parecía que fuera a hacerle ningún daño. Pero ya no tenía ninguna otra opción que no fuera seguir con él. Su compañero, que era un poco más alto y corpulento, le dedicó una sonrisa mientras se giraba.

—Vamos —dijo—, debemos reunirnos con los demás. No hay tiempo que perder.

Inmediatamente lo siguieron. Siena se detuvo un momento a observar su entorno. Estaban en una pequeña habitación de paredes desnudas. El único objeto que había era el espejo. Parecía una sala inacabada. Cuando salieron se dio cuenta de que era la única habitación de una pequeña casa en medio de una especie de campamento en las montañas. Más allá le pareció atisbar unas ruinas de lo que debía haber sido un castillo hacía siglos. En su mundo, estaba acostumbrada a que las montañas estuvieran repletas de frondosos bosques. Sin embargo, allí no había árboles. Tan solo algunos matorrales secos y malas hierbas. Había más casas pequeñas a ambos lados, pero se dirigieron a la que estaba en el centro de todas. Tenía una pequeña plaza a su alrededor y era la única que poseía un porche. Todo el mundo se estaba acercando hacia allí.

Siena lo observaba todo con curiosidad, intentando averiguar dónde estaba y qué era lo que hacían allí. Pero la pregunta más importante para ella era qué hacía ella ahí y cómo podría ayudar aquello a salvar su pueblo. Entraron en la casa que por dentro estaba repleta de bancos atestados de gente. De nuevo solo había una habitación, pero era bastante amplia.

—Ven, Siena nos sentaremos delante —dijo el chico delgado.

Lo siguió hasta el primer banco. Había un chico allí sentado con la cabeza apoyada en las manos. Se sorprendió al ver a los otros chicos acompañando a Siena. Sus miradas se cruzaron por primera vez, el tiempo se detuvo por un instante.

—Sebito, muévete —le dijo el chico corpulento.

El tiempo siguió su curso, igual que siempre hacía. El muchacho que estaba allí sentado se movió vacilante y murmuró algo incomprensible entre dientes. Se levantó buscando otro banco en el que sentarse. Siena ocupó su lugar y miró hacia el frente.

—Yo soy Tavey y este es McKinley —se presentó por fin el chico delgado.

Siena trató de sonreír mientras asentía con la cabeza. Tavey se sentó a su lado, mientras que McKinley se dirigía hacia el principio de la sala donde había una pequeña tarima. Siena notó unos ojos clavados en ella, se giró y entre la gente encontró al chico que le había dejado su asiento. Se miraron un instante, pero enseguida ambos apartaron la mirada incómodos. Fue entonces cuando se dio cuenta que no era el único que la estaba observando. Desde el escenario improvisado McKinley emitió un sonoro carraspeo para llamar la atención de todos los asistentes a aquella reunión.

—Queridos amigos, estamos un paso más cerca de salvar vuestra ciudad, y vuestro mundo entero. Hemos traído con nosotros a la princesa Siena de Carena —miró hacia ella al tiempo que hacía un gestó para indicarles que allí estaba.

Sombras del tiempoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora