Capítulo 14

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El tiempo parece haberse tornado infinito cuando el tren comienza a detenerse. Maximus se alarma ante la sola idea de que los Invisibles los hayan descubierto serpenteando por las inmediaciones de la ciudad a horas intempestivas y que acudan a reclamarlos como nuevas presas para sus espectáculos de violencia. Se tranquiliza cuando el tren se detiene por completo, Nequiel y Valentina se levantan. Le echan una mirada rápida mientras salen de la cabina, así que Maximus también abandona su asiento para reunirse con ellos donde se encuentran los heridos.

—No tengáis miedo. Vamos a sacaros de aquí y podréis ser libres. Cuando os hayáis recuperado, si queréis podéis ayudarnos en nuestra causa y combatir a nuestro lado para liberar a la ciudad de la opresión silenciosa a la que está sometida. Seréis libres, así que sólo vosotros sabréis qué hacer.

Todos miran a Nequiel como si hubiera hablado con palabras que no entienden. Maximus percibe en sus rostros la sombra del miedo.

Sé que aún no confían en nosotros. Yo mismo aún no sé en qué bando estoy; creo que aquí poco importamos nosotros como individuos, lo que importa es sostener el poder con las manos.

—No os asustéis ahora —pide Valentina bufando.

Le da a un interruptor que abre la compuerta. Con un salto cae al exterior. Nequiel indica a su pupilo que salga, de modo que también lo hace. Después empiezan a salir los demás. Maximus se aproxima a Valentina que observa los árboles extenderse tras la barrera de separación entre las vías y el resto del bosque. Es como si tratara de descubrir algo ahí.

—Ahí no hay nada, Valentina —le dice el joven muy convencido.

Ni siquiera se gira para mirarlo. Sigue escrutando el paisaje con los ojos guiñados.

—Te quedas en lo superficial. Deberías aprender a mirar más allá, y más ahora que la revolución ha empezado.

Maximus chasquea la lengua como si lo lamentase, apoyándose en la barra de madera.

En cierto modo le doy la razón. A veces me siento demasiado vacío e incompleto, como si no hubiera tratado de formarme enteramente. Como si aún quedasen cosas en mí persona y en mi ser que están dormidas, que no tienen vida.

—¿Y adónde vamos ahora? —pregunta girándose para mirarla.

—El Éxodo ha comenzado. Supongo que nos quedaremos unos días en la frontera para ayudar a los que quieran pasar al otro lado, para completar el exilio.

—¡Eh! ¡Apartaos de ahí!

Se giran simultáneamente cuando oyen el grito de Nequiel. Dan algunos pasos hacia atrás, sin dejar de observar el bosque. Así es como descubren una capa transparente que recubre la ciudad. La busca a lo largo del cielo y ahí está.

Siempre ha estado ahí, ¿cómo es qué he estado tan ciego que no la he visto? Siempre me he quedado con lo que había en la superficie, nunca he buscado más allá, como me ha dicho Valentina.

Vuelve la vista hacia el bosque pudiendo así percibir una especie de ondulaciones. Inmediatamente un cuerpo de grandes proporciones se materializa ante ellos. Es oscuro y peludo. Es uno de los custodios que estuvo en casa de Nequiel hace unos días. Aún lo recuerda. La gelidez de sus ojos atraviesa al joven, lo analiza como si intentase averiguarlo todo sobre él.

—¡Charol! —grita Nequiel que parece contento de verlo—. ¿Y los demás?

La criatura avanza hasta Nequiel agitando sus manazas. Parece que eso no es lo que le importa ahora.

—Por favor, quiero que pasen cuanto antes y que devuelvas el tren al Depósito. No podemos dejar huella.

Nequiel asiente solemnemente. Mira a su aprendiz una vez más antes de dirigirse hacia el tren. Charol hace que el miedo surja entre los hombres y mujeres que han rescatado, pero Valentina les convence que los llevará hacia un lugar mejor. Maximus observa cómo Nequiel da media vuelta y se gira hacia el tren. El joven no duda en acercarse a él.

Sombras del tiempoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora