Capítulo 26

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Nunca se había conformado con quedarse callada. Sabía que los problemas no se resolvían solos. No era de las que se conformaban. Y aquella vez tampoco iba a hacerlo. Haría todo lo posible, pondría todas sus fuerzas en ello. Aunque tuviera que dejarse la vida en ello. No le importaba. Sabía que lo único que podía limitarla era ella misma. Y no pensaba ponerse ningún límite más. Así que una tarde aprovechando que había una reunión, Maximus y Siena se escabulleron.

Se alejaron en la misma dirección que aquella mujer con la que había hablado. Quizás aún estuvieran a tiempo de encontrarla. Pero eso no era tan importante. Siena había conseguido encontrar un pequeño espejo de mano, y se lo había llevado antes de que la persona a la que pertenecía se diera cuenta. Esperaba que con eso sirviera para poder abrir un portal que los llevara a Carena.

Solo había contado con Maximus porque sentía que era el único en el que en realidad podía confiar. Sabía que él la seguiría donde quiera que ella fuera. La lealtad era algo que escaseaba en esos tiempos, pero sus sentimientos iban más allá. Era como saber que incluso su nombre, estaba a salvo en sus labios, pues era consciente de que ella era alguien importante para todo el mundo, por todo lo que representaba y porque el futuro estaba en sus manos. Pero con Maximus era diferente, podía intuir que eran un apoyo para el otro. No sabía exactamente cuándo había pasado aquello, simplemente estaban los dos perdidos y se encontraron, y así es cómo nacen las grandes amistades.

Siena se giró para mirar a su compañero en aquel viaje, le dedicó una leve sonrisa. Nunca sabría cómo agradecerle lo que estaba haciendo por ella. Quizás nunca hubiera palabras. Maximus le devolvió la sonrisa.

—Creo que ya estamos suficientemente lejos —observó Siena volviendo la vista atrás.

Maximus oteó el horizonte para finalmente darle la razón con un leve asentimiento de cabeza. Siena se llevó la mano al bolsillo para sacar el pequeño espejo. Lo alzó entre ellos dos observando el reflejo que le devolvía.

—Ven Maximus, detrás de mí —le indicó.

Siena cerró los ojos, soltó el aire que contenían sus pulmones y tomó otra gran bocanada de aire. Cogió al chico de la mano con fuerza mientras trataba de concentrarse en tomar toda la energía que había en su cuerpo. Cada vez le costaba más respirar, intentando que la Tierra dejara de girar alrededor del Sol, tratando de paralizar todo un universo con la única energía que fluía de su cuerpo. En su interior había una voz que le susurraba que no podría conseguirlo, pero eran muchas más las voces que le gritaban que lo haría. Era fuerte. Ella era la única capaz de hacer algo así. Sangre de dioses, escogida para salvar Carena. Si no ella ¿quién? Entonces lo sintió. Lo había conseguido.

Fue consciente también de toda la fuerza con la que estaba apretando la mano de Maximus, fue lo primero que miraron sus ojos cuando los volvió a abrir. Soltó una risa, orgullosa de lo que acaba de conseguir. Se abrazaron entusiasmados.

—No hay tiempo que perder —dijo Maximus.

Siena dejó el espejo en el suelo.

—Espero que esto funcione —añadió ella.

Se cogieron de las manos y saltaron sobre el espejo. Antes de que sus pies rozaran el suelo ya estaban volando más allá, atravesando el tiempo, sobrevolando épocas y vidas que no habían vivido, mundos que no habían explorado.

Instantes después llegaron en una nube de polvo sacudido por la ventisca. No tuvieron tiempo de alegrarse por haber llegado a su destino. Estaban frente a las puertas del palacio, donde algunos soldados del rey corrían hacia una anciana sentada en unas escaleras, ya rendida por los acontecimientos. A la princesa le costó reconocerla, porque nunca pensó que vería una versión de ella tan abatida y lastimosa. No era la persona que ella conocía. Los soldados ya la estaban rodeando, entre dos la levantaron del suelo con desprecio. La mujer que apenas tenía fuerzas tropezó y cayó de bruces al suelo. Siena se llevó la mano a la boca sorprendida por lo que estaba viendo. Empezó a avanzar hacia la escena seguida de Maximus que la agarraba de los brazos, preocupado. Él no entendía nada de lo que estaba pasando. Y cuando ella lo comprendió ya era demasiado tarde.

Sombras del tiempoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora