• CAPÍTULO 03

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L A     M A N D A R I N A







Varios matemáticos han asegurado la importancia y belleza de las matemáticas. Valga la redundancia. Intentan convencer que son un lugar agradable y nada aburrido.

Puede ser cierto.

Pero, porque son tan condenadamente complicadas.

Avanzo, soltando gruñidos frustrados por la última clase que debo recibir. —No son matemáticas—. Solo me frustro con anticipación por las tareas que debo realizar en casa.

Antes que pueda continuar, me estrello con la espalda de alguien.

Me demora un momento recomponerme.

Pestañeo, con un movimiento que busca no ser descortés.

Alzo la vista, quedando estupefacta.

—Lo siento, yo... —mi voz es mecánica.

Oh, no.

¿Seguiré dormida?

No lleva su...

Rayos.

El lateral de su boca se curva, mostrándose tímido.

—Señorita Brennett —saluda el profesor Andrew.

Entreabro la boca, sin poder decir nada. La otra persona a su lado, no se muestra atónita por mi presencia. El maestro parece decir algo, así que me esfuerzo por entenderlo.

—...Entonces, ¿entramos?

—Por supuesto —digo, perpleja.

Me adentro automáticamente a la ruidosa aula. Localizo mi pupitre con algo de dificultad, a continuación, me dirijo a el, tomando en cuenta que definitivamente las matemáticas no son tan complicadas ni provocan confusión extrema como yo en estos momentos.

Inteligencia. No, esa sería una adulación fuera de lugar para el grupo de adolescentes dentro de este salón de clases.

No existe de eso por aquí.

¿Porqué son tan escandalosos?

El puño de mi mano, algo acalambrado, sostiene mi quijada. Hoy decidí prestar atención a mi maravilloso grupo de compañeros.

Y resulta que no conozco a ninguno. —¡Eso no puede ser posible!—. Intento sumergirme y buscar algún recuerdo de este largo año, bonito o feo, que importa.

Curiosamente, si recuerdo cosas, pero no puedo decir lo mismo de sus nombres.

Quién podría responderme. Cleopatra, quizás ¿Qué he hecho estos últimos meses con mi vida?

El año escolar pronto va a terminar, y que paso con relacionarme mejor o los propósitos de incio de curso.

Decepción.

Dedico un ceño fruncido para mí, —¿Decepción? —. No, si al caso, culpa. No procuré integrarme, o tuve el mayor interés en conocerlos. Y es que sus temas de conversación eran algo desconocidos para mí.

Los días que debíamos hacer trabajos en equipo. —Cof, tortura—. Existían dos opciones: me integraban a la fuerza, o, me permitían realizarlos sola.

RUTA 27 | ✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora