• CAPÍTULO 27

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T U L I P A N E S













«Los océanos»
A este globo terráqueo se le conoce también como el planeta azul. Vivo. Esplendoroso.
Que emite sonidos orquestados por la naturaleza que se encuentra por todos los rincones de la tierra.

Le cantan a su creador.

En una clase de arte, una muy remota a la que asistí a los ochos años y, el recuerdo es vago y cubierto por una sensación súbita de asombro.
  Tenía ya ese pensamiento de que sentir era más peligroso si se hacía en exceso. «Eso hacen los artistas, albergamos todos esos sentimientos».
La vulnerabilidad creció junto a mí. Trataba de encerrar todos esos sentimientos, cobijando mi alma de dañinos pesares. Eso que poseía en mi interior, lo cuidaba más que a nada. Hubiese corrido hasta los confines de la tierra, y nunca me hubiera dado cuenta del dolor que me causaban.

Mis pies descalzos prendidos con cadenas, mis manos aprisionadas con grillos de aflicción y la libertad enjaulada.

Gracias doy a Dios por la existencia de los compositores que me otorgaron, a través de cada estribillo inspirado para la adoración celestial, una forma de pelear.
   Y su luz, esparció la niebla de temores.

Y me vi.

Y con las rodillas ensangrentadas, caí. Y el sonido estrépito de su voz, fue el sosiego a mi turbulento corazón.

«Estuviste aquí. ¿Aunque... te fallé?»
  Podía sentirlo. Su sonrisa, semejante a la llovizna tardía ligera y preciosa.
«Dolió así porque, de no hacerlo, hubiese sido uno mismo con mi alma y, no podías permitirlo»

Así debía ser.

Y sí todos los océanos fuesen tinta, y los árboles que rebosan de contento, un pincel ingrávido para alcanzar el cielo y pintar de tu amor, no sería suficiente. El discípulo amado lo corrobora, diciendo: “Y hay también otras muchas cosas que hizo Jesús, las cuales si se escribieran una por una, pienso que ni aun en el mundo cabrían los libros que se habrían de escribir. Amén”.

Agradezco entonces, letra por letra las miles de promesas etéreas que, no terrenales, anhelo más y más su cumplimiento.
«Lo prometo. Mis promesas son tuyas».

Solo faltaba hacerlo de corazón. Para Dios.

Soy de arriba.

Y allí estaba Fares.

Y me vio.

Y algo en sus ojos me atrapó. Quizá en ellos se reflejaba el cielo.
O, quizá, aun mejor, se debió a que nos encontraríamos. Debió ser así desde el principio que se esgrimió una historia de amor.
Su voz colisionó con la braveza de ese mar de dolor que asfixiaba mi espíritu; no pudo ir mejor que el estallido refulgente que abrió la brecha para sentir el clima sumido en paz.

«Sigue aquí». No renunció.
   Mi alma desborda vida. Jehová preservó esta sustancia.
Fares dice que irá, de ser necesario, a los peñascos donde pie humano no ha llegado todavía  y, contemplará las flores para describirme su hermosura.

Y sonríe.

Y solo Dios sabe lo mucho que me gusta verlo sonreír.








🌃






Bajo la premisa del silencio, mi Revólver conduce por las calles de la infestada ciudad. Ese aire pensativo particular es su fiel acompañante. Es como si pensara en las fases de la vida que nublan el recorrido.

RUTA 27 | ✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora