• CAPÍTULO 10

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EL  B O S Q U E    D E   L O S
S I L E N C I O S






El olor a pintura se ha quedado impregnado en la atmósfera. Es alejado un instante por el impetuoso viento que se cuela por el ventanal.

Al abrir de nuevo los párpados, el revuelo de sensaciones sigue vivo.
La niebla de estrofas desvaneciéndose me permite comenzar de nuevo.

Diluyo la pintura al óleo que obtuve al exprimir el tubo, utilizando la espátula que mejor se adapta. Decidí no hacer uso de la paleta de madera y en su lugar he estado usando una desechable. Paciente, espero que el resultado sea bastante mejorado del que imaginé. Enfoco de nuevo el pincel con el cual obtengo trazos finos, y con cuidadosas sacudidas, lo utilizo para dar comienzo a los detalles.

En mi experiencia es mejor que al pintar no exista la expectativa. Pero en continuas ocasiones no hacemos lo que debemos.

Pintar es poder dejar libre la creatividad, sorprenderse a uno mismo.

Quizás por imaginar no pude darme el permiso de disfrutar la hermosura que tenía frente a los ojos.

No me complacía del todo utilizar el lienzo. La profesora dijo que como proyecto final podríamos escoger lo que fuera de nuestro agrado, con la única condición que debíamos dejarla impresionada.

Si lo que quería era presionar, ha funcionado.

Estuve posponiendo este trabajo en específico. Procure perder el tiempo en investigaciones que podrían catalogarse como triviales. Y es que nada tiene que ver con los materiales de arte. Es de conocimiento que no son baratos y debí reunir dinero un par de semanas para poder comprarlos. El esfuerzo rindió frutos y logre tener lo necesario. La caja de doce colores fue la más económica. No obstante, no se trataba de lo monetario, sino, que el lienzo lo estaba reservado para otro momento, convencida en que haría algo magistral. No quería dibujar, ni hacer un boceto. Anhelaba retar el poco conocimiento sin revivir nada personal.

Practiqué durante todo el año para el gran suceso.

Levanto la vista y me centro en el lienzo que descansa sobre el caballete de pie. Me dediqué a poner en práctica los trucos aprendidos en clase. El resultado sencilla y complicadamente, me confunde.

En un breve descanso, relajo la rigidez y dirijo mis ojos mas allá del lienzo colorido. La orquídea turquesa, oculta en el rincón, me recuerda a algo que debo hacer, pero no logro especificar que es.

Otra vez.

¿Que le dé el sol? No. Es artificial. Conozco lo descuidada que soy, allí radica mi decisión en no tener una real. Pensando mejor: una flor por ser artificial, ¿deja de ser real? La belleza la posee. Pero, es perfecta. No necesita agua, no se marchitará. Nunca. El pensamiento me atrapa y, entonces, me hace sentir en extremo desconcertada.

Durante un momento me convenzo que estar perdiendo neuronas en nada.

Es casi mediodía. En este instante me atraviesa un pesar de conciencia. Luzco como una auténtica ociosa.

Clavo la visita en el techo repasando mentalmente mis obligaciones ya realizadas desde el despertar: Cepillar mis dientes, Orar —ya sin el típico aliento mañanero—. Ducharme, elegir mi vestuario, leer al mejor escritor y escribir mi devocional del día en mi "diario" personalizado, estudiar un poco de álgebra— distraerme—, volverme a centrar en otra materia complicada y por fin, hacer lo que mejor consigo disfrutar: Desayunar y "platicar" con mi superhéroe. Revisar la tarea asignada dentro de la casa, la cual se encuentra pegada en el refrigerador. —un truco que mi padre buscó para que recuerde mejor las cosas—. Y así, conseguir regresar a mi mundo repleto de blanco.

RUTA 27 | ✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora