Capítulo 37. El mapa del tesoro

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Media Hora. Media hora contada por reloj exactamente, era el tiempo que Amelia había pasado enfrente del portón esperando… Bueno esperando nada en realidad. Sólo se había quedado paralizada cuando vio la pequeña L que adornaba la gran puerta

"¿No crees que es demasiado ostentoso?" le había preguntado su padre a su madre cuando esta había tenido la idea de colocar la pequeña letra que marcaba el punto medio del negro portón. Y basto sólo una mirada de su esposa para que a la semana siguiente tuvieran una nueva puerta de entrada con la tan ansiada "L" en su frente

Ese era el mismo efecto que Luisita tenía sobre ella, fue lo primero que pensó Amelia. Con un sola mirada de su novia, al igual que su madre, conseguía lo que quería de ella... "Y lo peor de todo es que lo sabe" murmuraba su padre cuando se disponía una vez más a salir tras algún capricho de su mujer a altas horas de la noche

"Un día encontrarás una mujer por la cual eres capaz de levantarte a la madrugada e ir hasta la panadería más cercana, en tus pantuflas, sólo para poder ser el primero en la fila para el pan y así volver a tu casa y hacerle sus tostadas favoritas… Cuando ese día llegue hija estarás en problemas… ¿Sabes por qué?... porque te habrás enamorado"

- Hace rato que estoy en problemas – se decía así misma la morena tras haber recordado las palabras de su padre – Bien… Aquí voy, que Dios y Jordan me ayuden – Amelia tocó el timbre y esperó un rato, confiando en que o Jack o Marge le hubiera explicado a sus amigos cual de los botones tenían que apretar – Parece que no – concluyó después de pasar un tiempo esperando

Sacó el móvil de su bolsillo para llamar a su novia. La rubia no tardo mucho en atender

– Hola mi reina estoy en la puerta – anunció – Para abrirme tienen que apretar el primer botón – le explicó. Al ratito sintió como se destrababa la cerradura y empujó con fuerza – No, no – negó la ayuda de la rubia – Voy caminando – de hecho ya había empezado a recorrer el camino – Jamás me atrevería hacerlas esperar. Nos vemos en seguida – cortó la llamada - Puffff… vamos Amelia tu hija y tu novia te esperan – siguió caminando

Era increíble como el Señor y la Señora Wilson habían conservado todo tal cual les gustaba a sus padres. Los pinos que su papá había mandado ha plantar a los costados de la calle cuando ella tenía cinco años estaban enormes. Los rosales que su madre cuidaba como si fueran su otro hijo permanecían intactos:  "Amelia Ledesma si vuelves a cortar una rosa para regalársela a algunas de tus novias yo misma me voy a encargar de contarles a cada una de ellas tus puntos de encuentros secretos con las demás". La morena nunca creyó a su madre capaz de hacerle eso, pero todavía se acuerda del día en que estaba en el garaje de su casa teniendo sus sesiones de caricias con una de ellas, Jenny, Denny, Penny, o como sea, cuando entraron unas cuantas chicas más exigiendo explicaciones

Todas las vacaciones se rieron de la cara de morena: "El que avisa no traiciona" le dijo en aquél momento su madre. Y cuanta razón tenía

No había duda alguna, el lugar estaba lleno de recuerdos, Amelia había pasado los mejores días de su vida en este lugar. ¿Iba ser capaz de construir nuevas anécdotas?

Levantó su cabeza y vio que al final del camino estaban esperándola su novia con su hija de la mano y con Puppy echado al costado de ellas. Y la pregunta se respondió sola

- ¡MAMI! – la pequeña salía corriendo al encuentro de su madre, por supuesto que el cachorro la siguió

Fue tanto el impulso que tomo la niña que logró tumbar a Amelia

– ¡Madre mía! Que salto pegaste cangurín – le decía desde el suelo

- ¡TE ECHE MUCHO DE MENOS! – Beth sabía que un poco de cariño extra la iba a ayudar a salir del lío del cuatriciclo

Cuando, donde y como el amor quieraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora