Un buen día a comienzos de diciembre significaba una jornada atareada en el centro de jardinería. Jin tenía tanto que hacer que agradecía no haberse resistido al desayuno que Jackson le había instado a tomar. Se saltó el almuerzo.
En el semillero tenía una mesa llena de bandejas de semillas germinadas. Ya había separado los especímenes demasiado jóvenes para trasplantar; inició la operación con los que ya le parecieron a punto.
Alineó los recipientes, los paquetes de celdillas, los tiestos individuales y los cubos de turba. Una de sus tareas favoritas, incluso más que sembrar, era la colocación de un fuerte pimpollo en el hogar que ocuparía hasta que llegara el momento de la plantación.
Hasta que llegara ese momento, todos le pertenecían.
Y ese año estaba experimentando con su propia tierra para tiestos. Durante más de dos años había probado distintas fórmulas, y creía haber dado con la ganadora tanto para uso interior como exterior. La fórmula para uso exterior sería muy adecuada para trabajar en el invernadero.
Vertió el contenido del saco, la cuidadosa mezcla que él había hecho, en los recipientes. Comprobó el grado de humedad y le dio su aprobación. Con sumo cuidado, alzó las jóvenes plantas sujetándolas por los cotiledones. Al trasplantarlas se aseguró de que la línea trazada por la tierra en el tallo estuviera al mismo nivel que en la bandeja; luego compactó con dedos expertos la tierra alrededor de las raíces.
Llenó un tiesto tras otro y los fue etiquetando mientras tarareaba las canciones que emitía suavemente su parlante portátil, al que consideraba parte del equipo esencial en un invernadero.
Los regó con una solución débil de fertilizante.
Satisfecho de su avance, cruzó la puerta del fondo, que daba acceso a la sección de plantas de hoja perenne. Revisó las existencias: plantas que habían empezado a crecer a partir de esquejes y las plantadas más de un año atrás, que estarían listas para la venta dentro de unos meses. Las regó y atendió, y entonces se acercó a las plantas madre en busca de más esquejes. Había empezado a llenar una bandeja de anémonas cuando entró Tae. Con el cabello rubio y rizado recogido en una coleta, el joven examinó las mesas.
-Vaya, has estado trabajando duro.
-Y con optimismo. Hemos tenido una temporada excelente, y espero que esta también lo sea. Si la naturaleza no nos juega una mala pasada.
-Tal vez te gustaría echar un vistazo a las nuevas guirnaldas. Jimin se ha pasado la mañana trabajando en ellas. Creo que se ha superado a sí mismo.
-Iré a verlas antes de irme.
-He dejado que se marchara. Espero que no te importe. Todavía se está acostumbrando a dejar a Lune con la niñera, aunque esta sea una clienta y viva a ochocientos metros de aquí.
-Está bien -replicó, y se acercó a las cervellinas-. Tae, no es necesario que me consultes todas tus decisiones, incluso las más nimias. Estás al timón de este barco desde hace casi un año.
-Era una excusa para volver aquí.
Jin se detuvo con el cuchillo suspendido sobre las raíces de las plantas preparadas para el corte de esquejes.
-¿Hay algún problema?
-No. Quería pedirte... ya sé que éste es tu campo, pero me preguntaba si, cuando las cosas se tranquilicen un poco después de las fiestas, si puedo dedicar algún tiempo a las labores de reproducción. Echo de menos esa tarea.
-De acuerdo.
Los brillantes ojos de Tae centellearon cuando se rio.
-Ya veo que te preocupa que trate de cambiar tus hábitos, de organizarlo todo a mi manera. Te prometo que no lo haré. No voy a incordiarte.
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Rosa Negra²
ParanormalRico, independiente y con hijos ya mayores, Kim Seokjin ha renunciado a sus cuarenta y un años a volver a amar. Su negocio y la gran amistad que lo une a Taehyung y Jimin son ahora su vida. Hasta que el secreto que alberga su casa lo obliga a pedir...