﴾Capítulo 34﴿

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Volvió al trabajo porque trabajar lo tranquilizaba. El único modo de racionalizar lo que le había sucedido en la linde del bosque era hacer algo familiar, algo que mantuviera sus manos ocupadas mientras su cerebro trataba de encontrar alguna explicación a lo inexplicable.

Quiso estar solo porque la soledad también lo tranquilizaba.

Durante la tarde separó más plantas madre y desarraigó esquejes. Regó, abonó y etiquetó.

Cuando terminó, se encaminó a casa a través del bosque y entró en su invernadero privado. Plantó cañacoros en un rincón al que quería dar un aspecto espectacular, consuelda y prímulas donde quiso añadir un toque de encanto. A la sombra, añadió unas adenophoras y unos geranios para crear un ambiente de serenidad.

Pensó que allí siempre podía encontrar la paz, en los jardines, en el suelo, a la sombra de la mansión Kim. Bajo aquel cielo de un azul puro, se arrodilló en el suelo y contempló lo que era suyo.

Era tan hermosa... Con la piedra de un amarillo pálido, el vidrio centelleante, los adornos de madera blanca como el encaje de un vestido de novia.

¿Qué secretos estaban atrapados en aquellas habitaciones, en aquellos muros? ¿Qué estaba enterrado en aquel suelo que él trabajaba, una estación tras otra, con sus propias manos?

Había crecido allí, al igual que su padre, su abuelo y quienes les habían precedido. Una generación tras otra de sangre e historia compartidas. Había criado allí a sus hijos, y trabajado por preservar su legado de modo que los hijos de sus hijos pudieran considerar aquella casa como su hogar.

Debía averiguar por qué le habían legado todo aquello a él, fuera lo que fuese. Y entonces tendría que aceptarlo.

Nuevamente sereno, guardó las herramientas y entró en la casa para finalizar la jornada con una ducha.

Encontró a Namjoon trabajando en la biblioteca.

-Lamento interrumpirte. Hay algo de lo que querría hablarte.

Él alzó la vista del ordenador portátil y se volvió en el sillón giratorio.

-Muy bien, también yo quería hablar contigo.

Buscó una carpeta entre el desorden que reinaba en la mesa.

-Tú primero -dijo Jin.

-¿Eh? Ah, bien.

Nam se pasó una mano por el cabello y se quitó las gafas. Jin ya sabía que esos gestos significaban que estaba ordenando sus pensamientos.

-He hecho todo lo que era posible hacer aquí -le dijo-. Podría pasarme meses estudiando la historia de tu familia, encontrando detalles, remontándome a generaciones anteriores. De hecho, eso es lo que me propongo hacer. Pero, con respecto al objetivo para el que me contrataste, estoy en un callejón sin salida. Él no era de la familia, Jin. No era un Kim -corrigió-. No lo era por nacimiento ni a través del matrimonio. Absolutamente ninguno de los datos, nombres, fechas, nacimientos, matrimonios, muertes, nada de lo que tengo sitúa en esta casa o en la familia Kim a un doncel llamado Hoseok. Ningún hombre de aproximadamente su edad murió en esta casa durante el espacio de tiempo que hemos acotado.

-Comprendo.

Jin tomó asiento; deseó vagamente haber pensado en preparar café.

-Ahora bien, si Tae se ha equivocado con respecto al nombre...

-No, no se ha equivocado. -Jin hizo un gesto negativo con la cabeza-. Es Hoseok.

-De acuerdo, pero no hay ningún Kim Hoseok de nacimiento ni por matrimonio en ningún documento. Curiosamente, teniendo en cuenta la antigüedad de esta casa, ni siquiera hay constancia de ningún doncel veinte o treintañero que hubiese muerto aquí, en la mansión. Mayores o más jóvenes sí hay algunos. -Nam dejó la carpeta encima de un montón-. Ah, uno de los fallecimientos más rocambolescos que ocurrieron aquí se remonta a 1859. Fue uno de tus antepasados, un tal Kim Beauregard, que se rompió el cuello y varios huesos al caer desde la terraza del primer piso. Por las cartas que he leído en las que se describe el suceso, Beau estaba ahí arriba con un hombre que no era su esposo; por lo visto, su actividad sexual se volvió demasiado entusiasta. Cayó por encima de la barandilla, arrastrando al hombre consigo. Cuando corrieron a su lado, ya estaba muerto, pero como era un hombre corpulento, paró la caída del invitado, que aterrizó encima de él y solo se rompió una pierna.

Rosa Negra²Donde viven las historias. Descúbrelo ahora