﴾Capítulo 23﴿

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Vestido con traje y corbata y armado con media docena de rosas amarillas y una caja de bombones Godiva, Namjoon subió en ascensor hasta el tercer piso del edificio para jubilados donde vivía Kim Clarise. Llevaba en el portafolio la carta que ella le había enviado, y el tono formal, de dama sureña, le había confirmado que aquella mujer esperaría el traje y el tributo floral, tal como le dijera Jin.

Pensó que la señora Clarise no había aceptado una reunión, sino que, evidentemente, le concedía una audiencia.

En su intercambio epistolar ninguno de los dos mencionó a Seokjin ni a ningún otro ocupante de la mansión Kim.

Tocó el timbre y se dispuso a ser encantador y persuasivo.

La mujer que abrió la puerta era joven, de poco más de veinte años, vestida con una sencilla y conservadora falda negra y blusa blanca, y calzada con unos prácticos zapatos de tacón bajo. Llevaba el cabello recogido en lo que él supuso que las mujeres todavía llamaban un moño, un estilo que no favorecía en absoluto a su joven y delgado rostro.

La primera impresión de Nam fue la un cachorro tranquilo y bien criado que iría en busca de las zapatillas sin dejar una sola marca de sus dientes en el cuero.

-Pase, por favor, doctor Kim. La señorita Kim lo está esperando.

La voz armonizaba con el resto de su persona, serena y bien educada.

-Gracias.

Nam entró en la sala de estar, amueblada con una mezcolanza de antigüedades. Su ojo de coleccionista distinguió un secreter Jorge III y una vitrina Luis XVI entre los diversos estilos y épocas.

Las butacas eran probablemente italianas; el sofá, Victoriano, y todo parecía de lo más incómodo. Había gran cantidad de estatuas, que incidían machaconamente en los temas de la pastora, el gato y el cisne, y jarrones a los que casi ahogaba su decoración.

Todos los objetos de porcelana y cristal estaban sobre tapetes y paños rígidamente almidonados.

Las paredes estaban pintadas de color rosa caramelo, y la alfombra de lana beis que iba de una pared a otra estaba enterrada bajo varias esteras sobre las que había recipientes con flores.

El aire olía como el interior de un cofre de cedro que hubieran lavado con agua de lavanda.

Todo relucía. Nam imaginó que si una errante mota de polvo se atrevía a invadir semejante esplendor, el tranquilo cachorro la perseguiría y eliminaría al instante.

-Siéntese, por favor. Informaré de su llegada a la señorita Kim.

-Gracias, señorita...

-Paulson. Jane Paulson.

-¿Paulson? -Él revisó el árbol genealógico en sus archivos mentales-. Entonces es familiar de la señorita Kim por el lado paterno.

Un leve color animó las mejillas de la muchacha.

-Sí, soy sobrina nieta de la señorita Kim.

Pobre chiquilla, pensó él cuando la joven salió. Nam se abrió paso entre los muebles y se sentó con reticencia en una de las butacas.

Al cabo de un momento, oyó el sonido de un bastón que golpeaba el suelo, seguido por el de pisadas, y apareció la mujer.

Aunque era muy delgada, Nam no la habría considerado frágil, a pesar de su edad. Más bien, a primera vista, le pareció fuerte y reducida a los elementos básicos. Llevaba un lujoso vestido de color malva, y se apoyaba en un bastón de ébano con empuñadura de marfil.

Rosa Negra²Donde viven las historias. Descúbrelo ahora