﴾Prólogo﴿

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Answer, Daydream, diciembre de 1892

Se vistió con esmero, cuidando de los detalles de su aspecto como no lo había hecho en varios meses. Su sirvienta personal se había marchado precipitadamente unas semanas atrás, y él no tenía el acierto ni la voluntad necesarios para contratar a otra. Así pues, se pasó una hora poniéndose los rulos, como en los años en que no tenía tantos lujos, rizando y arreglando minuciosamente el cabello recién lavado.

El pelo había perdido su intenso brillo azabache durante el largo y oscuro otoño, pero sabía qué lociones le devolverían el lustre, al igual que conocía qué tonos de pintura debía usar para animar las mejillas y los labios.

Conocía todos los trucos de su profesión. ¿De qué otro modo habría podido llamar la atención de un hombre como Kim Soo-hyun? ¿De qué otro modo le habría seducido para que hiciera de él su amante?

Hoseok pensó que volvería a usarlos, todos ellos, a fin de seducirle una vez más e instarle a hacer lo que debía hacerse.

Durante todo aquel tiempo, varios meses, él no había ido a verlo, y Hoseok se había visto obligado a enviarle notas a sus negocios, rogándole que lo visitara; solo había recibido el silencio por respuesta.

No le contestaba después de todo lo que él había hecho, todo lo que había sido, de todo lo que había perdido por él.

¿Qué podía hacer, salvo enviarle más notas, y esta vez a su casa, a la magnífica mansión Kim donde reinaba su pálida esposa, donde un amante jamás pondría los pies?

¿No le había dado él todo lo que Hoseok podía pedir, todo cuanto podía querer?

Había entregado su cuerpo por la distinción de aquella casa, por la comodidad de la servidumbre, por las bagatelas como los pendientes de perlas que ahora se estaba poniendo en las orejas.

Pequeños precios para un hombre de su posición y su riqueza; en otro tiempo aquéllos habían sido los límites de su ambición: solo un hombre y lo que podía obtener de él. Pero él le había dado más de lo que ambos habían esperado. Y la pérdida de aquello era más de lo que Hoseok podía soportar.

¿Por qué no había acudido a consolarlo? ¿A llorar con él? ¿Acaso se había quejado alguna vez? ¿Le había dado la espalda en la cama? ¿Le había mencionado una sola vez a los demás donceles y mujeres que mantenía?

Hoseok le había entregado su juventud y su belleza. Y, al parecer, su salud.

¿Y ahora iba a abandonarlo? ¿Iba a alejarse de él precisamente ahora?

Decían que el bebé había nacido muerto. Mortinato, lo llamaban. Una niña mortinata que había perecido en sus entrañas.

Pero...

¿No había notado él sus movimientos? ¿No había notado sus pataditas y cómo se desarrollaba con vitalidad bajo su piel, en su corazón? Aquella criatura que él no había querido se había convertido en su mundo. Su vida. El hijo que crecía en su interior.

El hijo, el hijo, pensaba ahora mientras se tiraba de los botones de la camisa, y sus labios pintados formaban las palabras una y otra vez.

Le había oído llorar. Sí, sí, estaba seguro de ello. A veces le había oído llorar quedamente en la noche, para que él acudiera y lo tranquilizara.

Pero cuando iba al cuarto infantil y miraba la cuna, la encontraba vacía.

Como vacía estaba su matriz.

Decían de él que había enloquecido. Ah, oía lo que susurraban los criados que se habían ido, se había percatado de su manera de mirarlo. Pero no estaba loco.

Rosa Negra²Donde viven las historias. Descúbrelo ahora