Si a Nam, mientras estaba trabajando, se le terminaban los lugares donde sentarse o las tazas de café limpias, tenía por costumbre hacer una limpieza a fondo del piso, y entre un proyecto y otro, se las arreglaba para mantener un mínimo orden.
Solía contratar un servicio de limpieza, pero el arreglo nunca le duraba mucho; debía admitir que la culpa era en gran parte suya.
Olvidaba el día en que se iban a presentar los de la limpieza: invariablemente, en esa fecha tenía que hacer recados, investigar o ver a su hijo para jugar a las cartas. Tal vez Freud hubiera tenido algo que decir sobre su actitud, pero no quería profundizar demasiado en ello.
Además, cuando se acordaba del día de la limpieza, los trabajadores, al llegar, se arrugaban ante la tarea que les esperaba, y Nam no volvía a verlos.
Pero una persona tenía que hacer un esfuerzo para adecentar su casa cuando se aproximaban las festividades, así que en esas fechas se pasaba un día entero moviendo muebles, limpiando con un cepillo paredes y puertas y barriendo; debía admitir que si hiciera aquel trabajo para ganarse la vida, también él lo abandonaría.
De todos modos, era agradable volver a tener el piso un poco ordenado, ver de nuevo la superficie de las mesas, los asientos de las sillas, aunque no confiaba demasiado en mantenerlas así mucho tiempo. Las plantas que Jimin le había endosado añadían un bonito toque festivo.
Y en cuanto al arbolillo, sin duda era ingenioso. Ahora, en vez de sacar la caja del armario, ensamblar las ramas en el tronco, maldecir la maraña de luces y descubrir que la mitad de ellas estaban fundidas, lo único que debía hacer era colocar el pequeño árbol sobre la mesita auxiliar junto a la ventana de la sala de estar y enchufarlo.
Colgó la corona en la puerta, puso el cactus florido en la mesita baja y lastres pequeñas flores de Pascua encima del depósito del váter. Le parecía que era el lugar perfecto.
Apenas había terminado de ducharse y se había puesto unos jeans y una camisa, cuando la persona que iba a visitarlo llamaba a la puerta.
Descalzo y con el pelo todavía mojado, Nam cruzó la sala de estar para abrir, y sonrió al único ser al que quería sin reservas.
-¿Te has olvidado la llave?
-Quería asegurarme de que no me equivocaba. -Kim Kangmin tocó con un dedo el adorno vegetal-. Hay una corona en la puerta.
-Es Navidad.
-He oído algo de eso. -Entró en el piso y sus ojos, de la misma tonalidad verde intenso que los de su padre, se desorbitaron de asombro.
Medía unos tres centímetros más que Nam, pero era tan delgado como su padre. Tenía el cabello azul y algo largo, no porque se olvidara de cortárselo y teñírselo, como le sucedía a su progenitor, sino porque le gustaba así. Llevaba una sudadera gris con capucha y unos jeans holgados.
-Vaya. ¿Has encontrado un nuevo servicio de limpieza? ¿Les dan una paga especial por entrar en combate?
-No, no he tenido ocasión. Además, he roto con todos los servicios de limpieza del oeste de Daydream.
-¿Has limpiado tú mismo? -Con los labios fruncidos, Kang dio una vuelta por la sala de estar-. Tienes una planta... y le salen flores.
-Te la llevarás.
-Si quieres...
-Conmigo moriría. Ya la he oído jadear. No puedo hacerme responsable.
-Claro. -Kang se tiró distraídamente de la oreja-. Animará el dormitorio de la residencia. Anda, si has puesto un arbolito. Y velas.
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Rosa Negra²
ParanormalRico, independiente y con hijos ya mayores, Kim Seokjin ha renunciado a sus cuarenta y un años a volver a amar. Su negocio y la gran amistad que lo une a Taehyung y Jimin son ahora su vida. Hasta que el secreto que alberga su casa lo obliga a pedir...