Tenías que ser tú

13. octubre

Habían pasado casi dos semanas desde la expulsión cuando se enteraron mis padres. Me sorprendió su reacción, porque no estaban enfadados, solo decepcionados; pude ver como mi madre se rompió a llorar detrás de la puerta del baño al terminar de hablar con la profesora al teléfono, supongo que lo hizo porque por fin abría los ojos y había llegado a entender que es lo que realmente me pasa. Porque así estaba yo, deshaciéndome pedazo por pedazo en el baño del instituto con mi manos manchadas de lágrimas y mis tobillos llenos de cortes.

En el colegio todo bien, paso mi tiempo en la biblioteca, sentada y leyendo. Puede sonar raro pero me ha dado por leer, no sé, yo que siempre he sido de esas inútiles que no les gustaba nada, ahora me he vuelto un pequeño ratón de biblioteca. Me siento en una pequeña esquina con vistas de todo el instituto y pienso en todos los fallos que he cometido al comienzo de curso.

Un día estaba sentada en mi sitio habitual, cuando dos chicos y una chica se acercaron. Ya les había visto en algún lado pero no me sonaban para nada sus nombres: Matt, Ashley y Howard. Me saludaron y se presentaron uno por uno, me dijeron que me habían estado observando desde hace un par de días y pensaron que podría estar interesada en unirme a su grupo de lectura. Es verdad que al principio me pareció una tremenda estupidez, ¿Quién coño va a querer apuntarse a un club para pringados? pero después me di cuenta de que yo también era una pringada, y una pringada sola, así que accedí. Desde entonces quedamos algunos días por las tardes para hablar, más bien que para leer jajajjaj. Hemos hecho muy buenas migas los cuatro, pero todavía no me quiero hacer esperanzas por si después desaparecen como todos los demás lo han hecho.

No he vuelto a saber nada de S en días y me cuesta admitir que le echo de menos, pero fue un gilipollas y tendrá que ganarme otra vez. Solo de recordar aquella noche, se me eriza la piel. Joder, puto Halloween, puta fiesta de disfrazes y puto alcohol.