11. el atardecer

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Durante el resto del día, la pasamos de un lado a otro. Tomamos un helado y dimos un paseo, fuimos de tiendas y me cambié la ropa apestosa que llevaba puesta y por último, nos colamos en lo alto de la catedral para poder ver la preciosa puesta de sol desde aquel tejado mágico. Me paralizé en aquel momento, todo era simplemente perfecto. Pero a pesar de aquella plena sensación que nos embargaba, empiezo a llorar como nunca antes lo había hecho. No sé cómo me pude derribar delante de él, pareciendo una niña a sus pies. A lo mejor era porque realmente lo necesitaba y sabía que lo que guardaba dentro, tendría que salir tarde o temprano.

En cuanto me quise dar cuenta, su olor me envolvía y su cuerpo me protegía mientras yo me hundía cada vez más en su pecho, en él.

-Lo siento... - dejo escapar en un susurro suave

-No pasa nada, cariño

Sé que no empezamos con buen pie, pero cualquier cosa estoy ahí -

Lo odiaba pero a la vez me gustaba; odiaba la forma en la que me hacía sentir pequeña e insegura, pero adoraba la forma en la que sus ojos me comprendía y nos decíamos todo con tan solo unas miradas.

En el camino de vuelta, paramos en un restaurante de hamburguesas que pedimos para llevar. Mientras esperamos a ser atendidos, me contó un poco de su vida actual y yo le describí lo mierda que era la mía. Nos sentamos en su terraza y pasamos la noche hablando y viendo las estrellas.

-Entonces por qué no se lo has dicho a tu madre todo lo que te hacen?- pregunta

-De verdad crees que mi madre se puede preocupar de eso ahora, y además por qué tú nunca estás en casa? - le cuestiono como él ha hecho antes conmigo.

-No sé, supongo que es porque nunca me ha gustado el concepto de familia. Toda mi vida me he sentido desplazado, como un error de un matrimonio que no tendría que haber nacido. Nunca se lo he dicho a nadie pero hubo una época en la que estaba muy jodido, peque, estaba todo el día bebido o de fiesta, por eso fue que nos vinimos a vivir aquí y por más razones.

No puedo creer lo que me estaba contando, dejo escapar una pequeña lágrima que recorre mi cara, le abrazo y le susurro al oído: tú no eres ningún error, eres simplemente humano con sus virtudes y sus defectos y yo te apoyo por eso.

Tenías que ser túDonde viven las historias. Descúbrelo ahora