Cierro la puerta de la biblioteca detrás de mí. Está todo a oscuras, sin embargo se pueden distinguir claramente una mesa de oficina antigua en el centro con unos sillones y a su alrededor estanterías con libros que han ido acumulando el polvo del pasar de los años.
- A ver, voy a dejar que me expliques por qué estás siendo un gilipollas hoy -
- Oh, qué generosa por tu parte -
- No te rías, va en serio, deberías ir al médico para que te cure ese complejo de bipolaridad que tienes porque de verdad afecta a los de tu alrededor. - camino por la habitación - Un día eres cariñoso y me hago ilusiones y al siguiente un tremendo idiota. No te entiendo Spence -.
- No espero que me entiendas, pero no se como explicarte como me siento, sabes que odio ser vulnerable -
- Y a mi tampoco me gusta, pero a veces hay que dejarse llevar, no puedes siempre controlar al milímetro todo lo que pasa o puede pasar en tu vida, las cosas no funcionan así -
- Cómo me pones cuando te enfadas, enana - suelta entre risas mientras me agarra de la cintura, presionando contra el borde de la mesa.
- Para, no esta bien lo que vas a hacer -
- ¿Por qué? Los dos queremos no?
- Si, pero no así, hay que evitar cometer un error - repito sus amargas palabras.
- A la mierda los errores, quiero follarte y lo voy a hacer -
Curvo mi espalda que está apoyada en la pared de la oscura sala dónde lo estamos haciendo y jadeo su nombre una y otra vez, pidiendo más. Nuestros cuerpos se fusionaban lentamente, encajando su miembro en mi entrepierna. Nuestros cuerpos sudaban se agitaban ferozmente. Se sentía rica su piel junto a la mía. Nuestros gemidos suenan cada vez con más deseo. Lo quiero todo de él. Quiero que me folle como lo está haciendo. Me agarro de su esculpida espalda con mis manos, arañándole y obligándole a aumentar la velocidad.
Y así es como empezó todo de verdad, cuando me dejo ver a través de él completamente.
Empapados de sudor, a punto de llegar al orgasmo, se coloca el condón que saca del bolsillo trasero del pantalón. Arranca la envoltura con la boca y me agarro de su cuello. Lo siento todo en ese preciso momento, un charco de sangre invade el suelo, pero parece que le da igual, porque sigue. Sigue embistiendo hasta el fondo. Posa sus frías manos sobre mis pechos descubiertos y los masajea lentamente, en ese momento me daba igual con cuántas se hubiera acostado porque única, que él solo podría hacerme sentir eso a mí. Estoy devastada, ya no puedo más pero quiero seguir, quiero poder sentirme así el resto de mi vida.
Al poco rato, caemos agotados en la tarima, llena de ropa y orgullo tirado. Miramos al techo, decorado con frescos de un cielo estrellado, mientras nos cogemos de la mano. Me acaricia el brazo e intercambiamos miradas. Miradas que lo esconden todo pero cuando estamos solos, cuentan demasiado.
Dejo salir un suspiro lento y cansado.
Él se muerde el labio, indeciso, queriendo decir algo que no se atreve.
Yo abro la boca pero enseguida la cierro, no quiero que nada arruine este momento ni una sola palabra.
Estamos sumergidos en esos silencios que no son incómodos, que te mecen en la oscuridad, que dejan parado el tiempo a tu alrededor y hace que solo exista ese preciso instante.
- ¿ Qué haces? - pregunto
- Nada, me voy con los demás, como ya hemos terminado... -
- ¿Pero tú estás mal o qué te pasa? - me levanto y me planto enfrente de él, desnuda, totalmente expuesta.
- Joder, dejame en paz, no agobies -
Le doy una torta y retumba en toda la habitación. Después él se lanza a mis labios como un salvaje y yo le separo, ¿no pensaría que un beso lo arreglaría todo no?
- Lo siento, de verdad no sé lo qué hago - me susurra lleno de arrepentimiento.
Le atraigo hacia mí y envuelvo sus brazos en mi cintura, un abrazo, una cosa tan simple pero que significa mucho: cariño, felicidad, decepción, perdón...
Se separa un poco y me mira a los ojos
- Te juro que me estoy volviendo loco, eres como la jodida nicotina, una droga a la que me he vuelto adicto, y no importa el tiempo que pase sin fumarla, porque siempre acabo volviendo a ella, pase lo que pase.
Nunca llegué a pensar que perdería mi virginidad así, en una mesa, en una cabaña perdida en el monte, con el chico de al lado. Mi madre solía decir que era algo muy íntimo y que debía elegir al indicado para recordar ese momento, y supongo que lo hice, porque entre las 7,753 miles de millones de personas que habitan en el mundo yo le tuve que elegir a él. Solo a él
ESTÁS LEYENDO
Tenías que ser tú
Teen FictionUna chica desesperada por sentirse viva, un chico mayor que ella que le ayuda a levantarse y una historia de amores y mentiras. ¿Serán capaces de encontrarse a sí mismos por el camino, cuando ya hace tiempo que se han perdido? ¿Podrán quererse, sabi...