T r e c e

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Paro el auto en la carretera tranquila después de pasar mucho tiempo conduciendo sin rumbo y pensándolo.

Quiero verlo.

Tomo mi celular y lo llamo. No puedo evitar desesperarme cuando pasan cinco tonos y él no contesta, pero me tranquilizo cuando segundos después finalmente atiende mi llamada.

—¿Allen?

Cierro los ojos al escuchar su voz.

Al fondo también puedo escuchar ruido, tal vez está en la cafetería del internado o quizás lo estoy interrumpiendo en algo, pero eso no evita que me sienta sumamente en paz al escucharlo. Podría simplemente hablar con él por horas, o solo escucharlo hablar y cada uno de mis problemas se minimizarían tanto que se me olvidaría su existencia.

—Hola —susurro y ambos nos quedamos en silencio porque somos conscientes de que mi voz suena rota.

Sabía que esto iba a pasar. En cuanto dejara de fingir sabía que me iba a quebrar.

Y es que he estado reprimiendo todo desde hace semanas: la pelea con Sam, con mamá, Raquel, la nueva y desagradable noticia de la universidad, y lo que más he estado evitando, lo que sé que me está haciendo más daño, es el recordatorio de mi terapeuta, ese en el que ni siquiera puedo pensar.

—¿Qué pasa? —las voces disminuyen lo que significa que se ha alejado de con quien esté—. ¿Estás bien?

Agarro aire profundamente antes de volver a hablar.

Tengo que tranquilizarme.

—No —respondo en un susurro, dejándolo en silencio de nuevo.

Casi quiero rogarle que siga hablando.

—Dime qué sucede, Allen.

—¿Podemos vernos?

—Sabes que sí —susurra con ternura—. ¿Estás en tu habitación?

Niego con la cabeza aunque él no pueda verme.

—No estoy en el internado. Hablaba de tu departamento.

—Claro. Te veo ahí en veinte minutos.

Me alarmo.

—No hablaba de ahora. Creo que tienes algo que hacer.

Me regaño mentalmente.

No puedo simplemente hablarle y pedirle verlo. Él también tiene una vida, sus propios problemas, y no puedo interrumpir cuando se me dé la gana.

—Está bien —dice, sin embargo—. No es importante.

—Gracias.

—Ahora nos vemos, Allen.

Nos quedamos en la línea un poco más, escuchando su respiración, pero luego colgamos al mismo tiempo. Me paso las manos por la cara antes de empezar a conducir de nuevo, inquieta.

Trato de evitarlo, trato de no pensar en ello porque sé que me dañará, pero es que me es imposible no hacerlo ahora que sé que lo veré.

¿Qué tal si de nuevo me estoy engañando a mí misma y termino haciéndole daño?

Aprieto el volante con ambas manos, molesta.

He pasado años desconfiando de mí misma, sin poder estar tranquila en mi propia mente, con mis propios pensamientos, y justo ahora que he encontrado algo que me hace sentir bien, algo bueno y real, algo que nunca ha sido profanado por mis padres, temo que al final termine igual a todo lo demás que hay en mi vida.

El poder del deseo #1 B.P  [✔]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora