V e i n t i o c h o

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C a e l a n

Esta ya es la segunda vez en la que veo a Allen con las manos lastimadas.

Nunca he querido preguntar al respecto porque si quisiera contármelo ya lo habría hecho, pero, esta vez me empieza a picar la lengua por hacerlo. Es obvio que algo le está pasando, solo hace falta mirar sus ojos tristes y cansados.

Mi inseguridad empieza a susurrar en mi mente que quizás es la vida que estamos llevando, que quizás estoy siendo demasiado intenso y estoy muy dispuesto a hacer todo con ella, como solían decir esas chicas por las cuales estuve interesado antes de ella, pero, por la forma en la que se acerca a mí y me pide que la abrace... no creo ser yo esta vez.

Algo le dijeron, algo le están haciendo.

Y el problema es que de nuevo sé que siente que no puede contarme.

No entiendo lo qué pasa respecto a eso.

Quiero decir, sé que hay cosas que uno se debe guardar, cosas que simplemente no te salen decir, pero no estoy nada acostumbrado a su silencio. Desde el principio aprendimos a tener una buena comunicación y ahora simplemente siento que no me habla.

Y es literal.

Desde que despertamos apenas ha dicho unas cuantas palabras.

¿Qué te han hecho, Allen?

Ayer me dijo que me amaba, haciéndome la persona más feliz del universo. Y sé bien que ella también estaba feliz cuando le dije que la amaba, aunque no me cabe en la cabeza como pudo dudar que no fuera así.

¿Qué no ve que ella es toda mi vida?

Pero ahora, pese a eso, al tatuaje, al sexo, a la comida con mis padres... está así.

Mi corazón duele porque se ve justo como cuando peleó con sus padres aquella vez por las calificaciones. O cuando fue su fiesta de cumpleaños.

Eso enciende alarmas en mi cabeza.

¿Son sus padres de nuevo?

Entro a nuestra habitación secándome el cabello con una toalla. Ella está en la cama con un enorme espejo maquillándose, ya vestida para ir con mis padres.

Mi mirada se dirige automáticamente a sus nudillos rojos y yo trago saliva.

¿Qué debo hacer si ella no me pide ayuda?

Dios, que impotente me siento.

—Podemos quedarnos en casa —digo tratando de sonar despreocupado—. Vemos películas y pedimos comida a domicilio.

Ella baja el espejo y me observa con una sonrisa que no alcanza a iluminar sus ojos.

—Ya le quedé mal a tus padres una vez. No quiero hacerlo de nuevo.

—No voy a juzgarte.

—Pero ellos podrían hacerlo.

—Claro que no. Jamás lo harían.

Suspira.

—Quiero ir. De verdad. ¿Tú no?

Asiento, mordiéndome el labio inferior.

La verdad es que me apetece más quedarme en casa, acurrucarme con ella y hacerla sentir un poco mejor, pero si ir con mis padres le ayudará también, entonces iremos.

—Claro que sí —le sonrío y empiezo a vestirme para irnos lo más pronto posible.

Cuando estoy listo, ella ya está poniéndose unas sandalias negras que me encantan. Antes de que siga, voy hasta ella y me arrodillo para ayudarla. Siempre me ha encantado estar de rodillas frente a ella, espero que sea una demostración de lo mucho que la aprecio.

El poder del deseo #1 B.P  [✔]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora