V e i n t i n u e v e

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Desgraciadamente tardamos una hora en llegar, y aunque lo único que quiero es salir corriendo del auto me detengo para ver sus ojos billar al ver mi casa.

No es una mansión, ni se podría considerar enorme, aunque tenga un buen tamaño. Supongo que lo que gusta es lo hogareña que se ve. Y eso me agrada porque mamá se ha esforzado para que se vea así. La casa está cerca del bosque, tiene ese aspecto rústico indicado y las enormes ventanas dejan ver todo al exterior cuando las persianas no están corridas.

Mamá solía decir que prefería un lugar pequeño y que fuera un hogar, a un lugar enorme en el que ni siquiera pudiéramos encontrarnos.

Ahora que estoy compartiendo mi vida entiendo completamente a lo que quería decir con la palabra hogar.

—Es hermosa, Caelan —me dice, conmovida.

—Los veranos aquí son increíbles. Hay un río a unos minutos.

—Ahora debe estar congelado —bromea.

—En unos meses te traeré de nuevo, lo prometo.

Asiente, emocionada, mientras se enfoca en aparcar frente a la puerta de casa.

No me arrepiento en lo absoluto de haber venido, está claro que despejarse era lo que necesitaba.

—Me cuesta mucho imaginarte de pequeño —dice antes de salir del auto.

Yo la sigo y tomamos nuestras manos cuando nos encontramos.

Nunca estoy preparado para la sensación que me provoca tomar su mano.

—Eso es por qué te gusto demasiado con esta edad.

Se ríe suavemente, devolviéndome el alma al cuerpo.

Dios... gracias.

—¿Es normal que me suene demasiado bien cuando eres arrogante?

—Por supuesto —respondo, arrogante y ríe de nuevo.

Apenas nos da tiempo de entrar a la casa porque mamá aparece de repente completamente feliz.

—¡Creí que no vendrían! —nos dice con una enorme sonrisa.

—No volverá a pasar —responde Allen, avergonzada, pero mamá no le presta atención porque no tiene problema con eso.

Ella sabe que por una muy buena razón no vinimos.

—Pasen, pasen. Tu padre está sirviendo la comida.

—Dime que no cocinó Bri, por favor —imploro y mamá no tarda en mirarme con cansancio.

Suele mirarme así cuando ya no sabe que hacer conmigo.

A mí me divierte mucho.

—No seas malo con tu hermana.

—Mamá, es que no sabe cocinar.

—Está aprendiendo. Tú también cocinabas muy mal.

—Oh, me cuesta creerlo —dice Allen—. Es quien nos mantiene con vida en casa.

A mamá no le pasa por desapercibida la forma a la que se refiere a nuestro departamento, y sé que si pudiera se pondría correr por toda la casa porque la felicidad no debe caberle en el cuerpo.

—Lo has conocido en una buena época, linda. Ya te contaré las incontables veces en las que nos enfermó.

—¡Solo fueron dos!

—Y esas fueron suficientes.

Hago un mohín irritado, pero no puedo evitar sonreír cuando Allen lo hace y me pone una mano en el pecho.

El poder del deseo #1 B.P  [✔]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora