30. La búsqueda del tesoro

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El papel era una lista bastante larga de las cosas que Serena había escondido por todo el campus y sus alrededores. Y habían instrucciones para encontrarlas, pero muy difíciles, pues se había esmerado en hacerlo como un mapa. Indicaba la cantidad de pasos que debía dar y a cuántos grados, partiendo de cada objeto que se encontraba. De forma tal que, si no llegaba a encontrar alguno, no podría encontrar el otro.

Como buena niña exploradora que era, reconocí que aquel era el tipo de mapa que sólo podías seguir con una brújula específica.

Arriba de todo estaba el oso de panda gigante. Más abajo, habían revistas pornográficas. Dudaba que Mason quisiera ir a buscarlas, pero tenía qué. Y el último objeto era su auto.

Revisé el teléfono para ver si Amanda me había enviado la ubicación de éste. Estaba en la cancha de fútbol.

No tenía idea de cómo se las había ingeniado para llevarlo hasta allí sin ser vista, pero lo hizo.

Y yo no iba a perderme de ver a Mason siendo humillado. Incluso si llegaba a revelar todas mis fotografías. 

Salí corriendo hasta la cancha y me encontré con un tumulto de gente idéntico al de la vez que conocí a Amanda. Y así como en aquella ocasión, me abrí paso dando codazos y metiéndome debajo de los brazos. La lluvia seguía, pero la mayoría tenían paraguas. Estaba segura de que Amanda tenía algo que ver con esto.

Cuando llegué adelante de todo vi al hermoso auto convertible, rojo y reluciente, siendo observado por decenas de estudiantes. Todos expectantes a la llegada de Mason.

Examiné a mi alrededor y vislumbré unos rizos que conocía.

—Ptss... ¡Wes! —lo llamé. Estaba a un par de metros, pero parecía no escucharme— ¡Wes! —Empecé a acercarme y él, como si nada, comenzó a alejarse. Aceleré el paso y lo atajé del piloto oscuro que llevaba— ¿Qué te pasa? Deja de evitarme.

—Ah, eres tú —dijo sin prestarme mucha atención—. No te había visto, lo siento. Besitos.

Estuvo a punto de marcharse y lo tomé del brazo.

—Espera. Tenemos que hablar.

—Jodie, tengo novia —mintió.

Bueno. Aquella no había sido mi mejor noche y no estaba dispuesta a dejar que se escape. Menos con excusas tan estúpidas. Me habían colmado la paciencia.

—Bueno, cuando cortes con tu novia, dime qué tema del trabajo de literatura me tocaba exponer —hice una pausa para agregarle más peso a mis palabras—. Perro mentiroso e infiel.

Wes disimuló su risa con una tos.

—Ah, sí —se aclaró la garganta—. Tienes un par de libros míos, también. Te enviaré un men...

El mundo explotó en aplausos. Todos comenzaron a empujarse y Wes tuvo que pasar su brazo sobre mis hombros y sostenerme para que la masa de cuerpos no me chupara.

—¿Es un pogo, o ha desaparecido un niño? —Me agarré con fuerza del muchacho.

Me sentía como en el titanic mientras éste se hundía. Entre la lluvia y la marea me costaba hasta respirar. 

—¡Es un niño! —gritó en mi oído.

Me giré a ver hacia el auto, justo donde él estaba viendo, y me encontré a un muchacho borracho con un panda de medio metro bajo su brazo. Cargaba un montón de cosas y parecía muy cansado. Lanzó todo adentro del descapotabley se metió. Acto seguido, encendió el motor.

Quiero recordarles dos cosas:

Uno: Mason estaba borracho y cansado.

Dos: El auto estaba en medio de una cancha de fútbol, RODEADO POR DECENAS DE ADOLESCENTES.

Todo por el clichéDonde viven las historias. Descúbrelo ahora