20. Nos ponemos cariñosos

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Abrí los ojos, pero no vi más que el techo de madera del cuarto. Observé a mi alrededor y no encontré a Wes por ningún lado.

¿Me lo habría imaginado?

—¿Eres tú?

Me incorporé de golpe.

¿De dónde había venido esa voz?

—¿Wes?

Tomé el casco que mantuve enganchado a mi brazo en todo momento y me lo llevé al pecho, como una especie de escudo anti-fantasmal. Podía imaginármelo perfectamente en alguna otra dimensión, hablándome a través de las paredes, como en los Simpsons.

Alguien comenzó a toser y giré la cabeza hacia la ventana, donde la cortina se seguía meciendo por el viento. La corrí de golpe y me encontré con el tejado inclinado. A un costado, Wes se las había ingeniado para sentarse a pesar de la lluvia. Estaba empapado, pero no parecía importarle.

Comencé a morder el caramelo, nerviosa.

¿Qué clase de obsesión tenían los chicos con mojarse cuando se emborrachaban?

Él volvió el rostro para verme y sonrió. No era una de sus sonrisas grandes en las que enseñaba los dientes, sino una más corta y cansina, pero igual de cálida. Como si lo hubiera atrapado con la guardia baja, pero no le interesara.

—¿Qué haces ahí? —Me agarré con fuerza del marco mientras me inclinaba hacia afuera y unas gotas me caían sobre la cabeza— ¡Vas a matarte! Métete.

Wes me alzó una ceja con pereza, como si aquello fuera imposible, y no se movió más que para dejar la mano a su lado, como si me estuviera invitando a sentarme con él. Se veía demasiado tranquilo.

—¿Estás drogado? —pregunté sin moverme.

Me miró a los ojos. Era un acto que me ponía un poco nerviosa, porque no sólo eran claros, sino que resaltaban demasiado en su tono de piel oscuro. Me incomodaba la idea de que fuera capaz de ver algo a través de los míos, de saber lo que estaba pensando. Precisamente sobre él.

También me intimidaba que fuera tan apuesto. ¿Cómo se atrevía?

—Ven, tenemos que hablar —dijo.

Presioné el marco de la ventana.

—Métete y hablemos dentro —le sugerí—. O en algún McDonalds. Hay uno que abre todo el día.

Dejé el casco en la cama y me senté a horcajadas en el vano de la ventana para estirarle los brazos y darle algo para atajarse. Él pareció captar el mensaje y me tomó las manos con fuerza mientras se incorporaba. Pegué las piernas a la pared para no irme a la mierda con él durante todo lo que duró el trayecto. Avanzó lento, pero más seguro y en silencio. Cuando llegó frente a mí, lo atraje en un abrazo para que se sentara en el marco.

No había sido necesario y no fue por la emoción, sino más bien como acto reflejo, para evitar que se cayera.

Por alguna razón que nunca sabré, él correspondió el abrazo y, sentado frente a mí, escondió el rostro en mi cuello. Su nariz estaba tan fría como su cabello y mi pantalón se fue mojando de a poco por la lluvia.

—¿Estás bien? —le pregunté extrañada.

Al parecer él también estaba teniendo su momento dramático.

—Cansado —respondió sin separarse. Su cuerpo se movió un poco cuando habló y su voz retumbó en el pecho de ambos. También pude sentir su aliento en mi cuello, cálido, a pesar de que nos estuviéramos muriendo de frío—. Mi cabeza es un caos.

Todo por el clichéDonde viven las historias. Descúbrelo ahora