19. Duelo a muerte con cuchillos

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Eran las tres de la mañana, estaba lloviendo e iba en una motocicleta de camino a una fiesta para ver a un muchacho posiblemente borracho. No sabía qué de todo aquello estaba mal, si no era todo, pero en aquel momento no le di importancia. 

Aquella noche me di cuenta de que la universidad significaba eso: hacer cosas de adolescente sin preocuparte por tus padres, porque ya eres mayor de edad. Y puedes ir a la cárcel.

Aunque, claro, papá seguiría manteniéndome hasta que termine la universidad, pero aquello era un detalle menor.

A causa de la lluvia y el clásico frío de andar en motocicleta, tuve que echarme la chaqueta de cuero de Anton encima y unos guantes. Pero aun así, sentía cómo las gotas caían sobre mis muslos y atravesaban la fina tela del vaquero. Porque, obviamente, no iba a salir en pijama.

Me detuve una calle antes de la casa para encadenar la motocicleta a un poste de luz y, agachada junto a la rueda, pude verla desde allí. Con las luces encendidas, las puertas y ventanas abiertas, los adolescentes por todos lados y la música que llegaba hasta mí a pesar de la distancia... me sentí a punto de entrar en la boca del lobo.

La duda se incrementaba dentro de mí mientras me acercaba con el casco debajo del brazo. Tal vez no debí haberle dicho a Wes que iría. Eran las tres de la mañana y llovía ¿Quién en su sano juicio lo haría? Además, no conocía a nadie allí adentro.

Antes de entrar, recibí un mensaje de Anton.

De: Anton.
Si no me llamas en quince minutos, enviaré una patrulla a ese lugar.

Sonreí, aliviada. Él siempre pensaba en todo.

Apenas llegué a la puerta de entrada, la música me golpeó, penetró en mis oídos y me rompió los tímpanos. Alrededor de esa hora, cuando la mayoría de las personas se encontraban borrachas, dejaban de pasar la música de "ambientación" y comenzaban con el rap. Pero me molestaba más el volumen que la canción en sí.

Deja de quejarte y ve a lo que viniste.

Decidida, crucé el pasillo de la entrada e intenté mandarle un mensaje a Wes para preguntarle dónde estaba, pero no había señal. Eso, y una mano delgada y pálida se puso delante de mi pecho para impedirme el paso. Volteé la cabeza y -Oh, sorpresa- Serena me dedicó una mirada asesina. Como si aquella fuera su casa.

—Deja de tocarme los pechos —le ordené.

Lo dije más para molestarla que por otra cosa, porque no me incomodaba en absoluto. Llevaba ropa gruesa debajo y ella no me había tocado con alguna segunda intención. Pero mis palabras surtieron efecto y ella quitó el brazo de inmediato.

—No deberías estar aquí —dijo tranquila, sin ápice de maldad. Me pregunté si nuestro encuentro hace unas horas podría haber llegado a influenciar algo en nuestra "relación"—. Vete ahora.

—Si tanto te incomoda verme, vete tú. —Un par de personas pasaron junto a mí apresurados y me empujaron. Me mecí para no perder el equilibrio, pero no moví los pies del lugar—. He venido por algo y no me iré hasta que termine.

El lugar estaba lleno y nadie le prestaba atención a nadie, pero cuando se trataba de tensión entre dos o más personas, todos paraban la oreja. Me di cuenta de eso cuando vi que algunas personas dejaban de hablar con disimulo. No miraban, pero se quedaban en silencio y bebían, fingiendo aburrimiento.

Todo por el clichéDonde viven las historias. Descúbrelo ahora