24. Qué suerte

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Creí que contarle a Serena sobre el fraude de Mason sería fácil, pero no fue así. No porque temiera lastimarla. Sino porque hacerlo significaba sellar mi destino para siempre, decirle a Mason "No, mira, no hay trato. Le he dicho todo a Serena, así que puedes ir y hacer pública toda mi vida y arruinármela".

No es como si le tuviera tanto amor a Serena como para serle fiel a ella, pero me quería lo suficiente como para serme fiel a mí. Me daba tanto asco el imaginarme mintiendo para Mason, que estaba dispuesta a ignorarlo.

De forma que pasé los siguientes días esquivando a los dos rubios, porque a una no la podía ver a la cara y el otro, cada tanto, me metía presión. Con cada apremio suyo que recibía, era un escupitajo más almacenado debajo de la lengua, listo para salir cuando lo volviera a ver.

Y todo iba bien. Incluso llegué a creer que podría pasar el resto del año así, esquivándolos. Pero las lagunas en mi plan comenzaron a verse cuando me topé con ella.

Estuve toda la semana intentando comunicarme con Anton, preocupada. Una parte de mí quería preguntarle qué le pasaba, por qué me esquivaba, si se había metido en algún lío. Y la otra sólo quería acurrucarse a su lado y contarle toda la mierda que me estaba pasando, para luego oírlo cantar o decirme cosas como que él ya había salido con una chica así.

Desde que Wes y yo nos dijimos que nos gustábamos delante de Amanda, ella desapareció del cuarto. Los dos se volvieron como uña y mugre, así que no me sorprendería enterarme que ella estaba durmiendo en el departamento de él.

No voy a decir que no me dolió, porque sí lo hizo. No sólo me sentí traicionada por Wes, sino que también sentí que se estaban burlando de mí.

Era tan incómodo todo que me había empeñado en evitarlos. Fue la semana más difícil de todas: Dormía todas las noches sola, en silencio; comía siempre en 1020 y hablaba con Zack para no cruzarme al resto en la cafetería del campus; me sentaba detrás de todo en las clases que compartía con Wes... Dios mío, cómo me hacía falta Anton.

—Anton, soy Jodie de nuevo —le dije al teléfono—. Estoy aquí, en el campamento de rol... No tengo idea de si estás escuchando los mensajes de voz que te mando, pero necesito verte. Me hiciste prometer que este año te acompañaría aquí. —Miré a mi alrededor, al bosque repleto de personajes de rol de la fantasía épica, deambulando por ahí—. Sabes que no me gusta la época medieval. Estoy aquí por ti ¿Podrías...? —me aclaré la garganta— ¿Podrías por favor venir? Te quiero. Adiós.

Luego de colgar respiré con fuerza.

—Él está bien.

Miré a mi lado, a una figura delgada y alta con una mata de cabello anaranjado y miles de pecas por todo el rostro.

¿Qué hacía mi ex novio aquí?

—¿Anton te hizo venir, también? —le pregunté.

—Está enfermo —me informó—. Dice que no puede venir, pero me ha mandado a hacerte compañía. Amo la fantasía épica. —Sonrió como un niño y señaló a sus pies, donde un perro gigante y peludo intentaba sacarse el disfraz de dragón que llevaba puesto— Y Descompuesto quería rolear.

No le creí en absoluto la excusa de Anton, pero me molesté en fingir que lo hacía. Reí un poco al verlos, pero no le habré puesto las suficientes ganas, porque el pelirrojo arrugó la frente y se enserió.

—¿Mala semana?

Asentí. Se hizo un nudo en mi garganta increíble, porque tenía tantas cosas para decir pero ninguna quería salir. No visité a Anton porque creí que tal vez me estaba evitando y ahora me sentía mal por no haberme dado cuenta de que algo andaba mal.

Todo por el clichéDonde viven las historias. Descúbrelo ahora