12. Y Anton odia a Wes

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No soy modelo. Ni tampoco actriz, cantante, música o una Kardashian. Así que nunca supe lo que se sentía ponerse un pantalón y que encajara a la perfección, ni tener el estómago plano o que cualquier trapo me quede como anillo al dedo.

Por esa precisa razón fue que, cuando me percaté de que no llevaba ropa decente en el armario, me negué rotundamente a dejar que Amanda me prestara algo suyo. Ella no sólo era extremadamente delgada, sino que también era pequeña. Cualquier cosa de ella, con suerte, me entraría en el brazo.

De forma que tuve que desistir de explorar en mi armario en busca de alguna boutique en Narnia que me salvara y me eché encima lo primero que vi. Y casualmente lo primero que vi no era exactamente ropa bonita.

No debería sorprenderle a nadie el saber que haya tardado alrededor de siete minutos en estar para la fiesta de Anton. De hecho, creo que tardé demasiado en recogerme el cabello en un moño un poco desprolijo. Sin tener en cuenta lo que tardé en ducharme para quitarme todo el lodo y la vergüenza de encima.

Amanda ya se encontraba colocándose sus tacones negros sobre unas medias del mismo color cuando alguien llamó a la puerta. Ella siguió haciendo lo suyo, así que me vi obligada a salir de la cama -donde había estado echada mientras escribía en el teléfono- y abrir la puerta.

A pesar que aún faltara una hora para la fiesta, allí estaba mi mejor amigo, perfectamente arreglado y con una bolsa negra echada al hombro.

No iba a mentirles: Me emocioné cuando lo vi delante de mi puerta. Estuve tan ocupada trabajando en mi endemoniado libro y estudiando que casi ni pude verlo.

Aunque la bolsa en su hombro me preocupaba.

—¿Qué es? —pregunté mientras estiraba un brazo para tomar el gancho del que la sostenía— ¿Batman ha oído mis plegarias y vienes a asfixiarme con una bolsa?

Él rodó los ojos.

—Tu sentido del humor cada día se deteriora más. —Apoyado en el marco de la puerta, me tendió la bolsa—. Tienes suerte de que te quiera.

Tomé la bolsa desde el gancho y comencé a buscar algún nudo para desatarlo, pero luego me percaté que tenía un cierre. Al bajarlo, me encontré con una prenda semi-larga, canela y suelta y con un poco de encaje blanco. Ni siquiera me atreví a sacarla de la funda. Ya me imaginaba lo que sería.

Pero antes de que fuera capaz de decir algo, Anton me estampó en el pecho una bolsa de cartón grande, seguramente con más ropa dentro.

—Espero que tengas zapatos decentes, porque le dije a tu padre que no se preocupara por eso.

Desconcertada, abrí la bolsa para encontrarme con una chaqueta negra de cuero. Bastó sólo eso para saber que él lo había escogido.

—Espero que sea cuero ecológico.

—Si abres de nuevo la puta boca antes de cambiarte —me advirtió—. Te haré ir como mi novia.

—Eso es extorsión y acoso sexual —respondí, pero al ver que se inclinaba hacia mí para intentar besarme, lo empujé y me interné en el baño.

Era un pequeño cuarto en el que apenas si cabía lo esencial, pero por lo menos había espacio suficiente para cambiarme sin golpearme con algo. Y además, no era compartido con otros cuartos. Recordar eso me hacía sentir mejor, como si estuviera en un penthouse, pero de bajo presupuesto.

Todo por el clichéDonde viven las historias. Descúbrelo ahora