18. ¿Me gusta Anton...? Nah

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Eran más de las diez cuando dejamos el hospital, porque Salem estaba decidido a leerle un par de capítulos más a Jenna. Mientras, yo me dedicaba a comer caramelos y sacarle la lengua cada vez que él se quejaba porque estaba haciendo mucho ruido.

El día siguiente sería el cumpleaños de ella, así que seguramente papá se levantaría temprano para visitarla en el hospital, y lo último que yo deseaba ver era eso.

Chase triste me rompía el corazón.

Necesitaba estar en otro lado, lejos de la tristeza que embargaba toda la casa durante estos días.

Y no fue hasta que llegué al departamento y recibí un mensaje de Anton que supe lo que haría.

De: Anton
Trae tus asquerosas películas de Harry Potter. He reservado estas fechas para ti.

Sonreí.

A veces creía que éramos almas gemelas o algo así, porque no se podría explicar nuestra telepatía de otra forma. Sabía que no era una coincidencia que él se quedara en casa esta noche de sábado, cuando por lo general solía ocuparlas todas.

El teléfono volvió a vibrar.

De: Anton.
Pero si vuelves a citar los diálogos y contarme las diferencias con los libros, te sacaré al balcón.
Pórtate bien.

De: Jodie
Para: Anton.
Juro solemnemente que mis intenciones no son buenas.

Pude imaginármelo echado en el sofá de su nuevo departamento, poniendo los ojos en blanco mientras leía el mensaje. Sin embargo, la respuesta llegó unos minutos después.

De: Anton.
Travesura realizada.

✍️✍️✍️

—Hermione, tú eres una chica —dijo Ron desde el televisor.

—Qué observador —respondimos Harmione y yo, al mismo tiempo.

Anton, quien estaba sentado al lado mío en la cama, me empujó molesto. La gatita negra que se encontraba durmiendo sobre mis piernas se alteró y acabó por abandonarme para arrullarse entre los dos. Mi amigo sacó la mano del bol con palomitas y comenzó a acariciar su pelaje oscuro.

—Te dije que no repitas los diálogos —me recordó.

Solté una risa mientras veía a Hermione marcharse molesta y sentía, con pena, como el poco calor que había generado la gatita en mis piernas me abandonaba. Apenas sí tenía dos meses, por lo que era una cosa pequeña, delgada e inquieta. Desde que había llegado a la casa Luna, la gata, todo el amor que Anton le dedicaba a las personas fue desplazado hacia ella.

Me sentía completamente a gusto estando allí, con los dos. Lo interpretaba como a un descanso de mi vida, donde el tiempo se detenía, podía cubrirme hasta la cabeza con las mantas de Anton y aislarme de todo. A veces lo oía a él tocar la guitarra, otras, a la gata ronronear, y los mejores días podía escuchar las gotas de lluvia golpear el techo, como aquella noche.

El timbre sonó y me incorporé de inmediato para ir a atender. Aquel departamento era suyo desde que sus padres lo echaron de su casa, pero a mí me gustaba pasearme como si fuera mío.

Todo por el clichéDonde viven las historias. Descúbrelo ahora