23. Alto ahí, loca

7.7K 1.2K 737
                                    


—No dañes la propiedad privada, Galletita.

Levanté la vista al reconocer la voz. Frente a mi, con la cubeta aún entre las manos, Zack me dedicaba una sonrisa amplia y torcida. La luz del farol empalideció su cabello hasta casi hacerlo blanco y proyectó sombras en su rostro.

—¿Te parece divertido? —Me crucé de brazos y levanté las cejas. 

Era la misma frase y pose que hacía Melissa cuando me reía de Salem por golpearse accidentalmente. Y ante aquella pregunta, mi yo de cinco años se cubría la boca para ocultar  risa y negaba con energía. Pero en este caso el malhechor era mayor en estatura, edad y masa muscular, además de contar con un aspecto intimidante y mucho descaro.

Borró la sonrisa de su rostro y me miró serio, pero sus ojos seguían brillando con diversión.

—Por supuesto —respondió—. Eres como una ardilla histérica, pero mojada. —Metió el balde dentro del local, cerró la puerta y le puso candado. Cuando volvió a verme y notó que estaba a punto de explotar de la rabia, soltó una risa muy corta. Esta vez ya no pudo borrar la sonrisa—. Lo siento, no sabía que eras tú.

Me alcé de hombro, porque no tenía sentido desquitarme con él. Zack no tenía la culpa, en realidad. Mi enfado era conmigo, por ser muy idiota para darle material a Mason para extorsionarme; con Serena por enrollarse con un asco de persona; y con esa peluca rubia andante, que simplemente me sacaba de las casillas.

Me daba asco.

Zack se dirigió a su auto estacionado junto al poste de luz. Antes de entrar, levantó el brazo y me hizo una seña para que me acercara. Pero fue con ese aire de tipo malo que emanaba en todo momento, de forma que pareció que, en lugar de decirme algo, quisiera pasarme la droga o hablar sobre el próximo robo que haríamos.

Pero luego recordé que yo era una estrellita de mar con el tema de las drogas y todo tipo de cosas que se supone que hacen los adolescentes rebeldes. Así que me metí en el auto y me coloqué el cinturón del copiloto. Apenas cerré la puerta, Zack se volvió a mí y abrió los ojos.

—Oye, te he pedido que te acercaras ¿En qué momento te he dicho "métete al auto"?

—Lo acabas de hacer. —Lo miré a los ojos. Eran oscuros, similares a los de Serena, y tenían un brillo extraño, como si buscara algo con avidez, inquieto—. Ahora serás mi chofer en recompensa por mojarme los pantalones ¿Qué dices?

Sonreí.

Luego de decirlo se me ocurrieron cuatro distintas tramas de películas de terror que podrían comenzar con esa frase -incluyendo el ciempiés humano-, dos de comedia romántica, una pornográfica y otra de ciencia ficción. Pero en lugar de hacer algo interesante o simplemente echarme a patadas, el muchacho se tragó las palabras, exhaló con fuerza, se ubicó frente al volante y arrancó.

¿Saben dónde más vi esos mismos gestos antes? En mi, cada vez que le quiero responder algo obsceno a un niño y me tengo que aguantar.

—Oye, oye. Ibas a decirme algo ¿Verdad?

—Yo no...

—Vamos, dilo. No soy una niña. No tienes que aguantarte los comentarios obscenos.

Algo dentro de su cabeza pareció ceder, pero negó. No entendía por qué le daba gracia todo lo que yo hacía y decía, pero ahí estaba él, como si se burlara de mí sin disimulo.

—Te lo diré al final del recorrido. —Salió a la avenida—. ¿A dónde quieres que te lleve, Galletita?

El destino 《a casa》 hizo eco en mi mente, a punto de salir de mis labios. Me habría encantado haber ido a casa, ponerme el pijama, mostrarle a mamá el borrador de lo que estaba escribiendo y no volver al campus en un millón de años. Podría cambiar de universidad, a alguna en el otro lado del mundo, y olvidar a Mason.

Todo por el clichéDonde viven las historias. Descúbrelo ahora