10. Sustos que dan gusto

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Zack.

Así se llamaba el desconocido.

 
Su auto olía a cuero viejo y calentado por el sol. El asiento del copiloto rechinó un poco cuando me dejé caer sobre él y me provocó una risa.

Wes fue a sentarse atrás mientras Zack manejaba.

Una vez lejos de todo el barullo del bar, mi cabeza se alivió un poco y fui capaz de oír mis propios pensamientos.

Bajé la ventanilla para poder respirar aire fresco y me sentí ligera. Presioné la mochila contra mi pecho, debatiéndome entre llamar a papá o no.

Por un lado sentía que era lo correcto. Que él debería saber que estaba yendo al hospital, pero por el otro no quería que el estuviera allí. No porque fuera a regañarme. Sino porque sabía lo mucho que lo entristecían los hospitales en general. 

—Chicos —hablé por primera vez desde que salimos del bar—. Estoy cansada, pero no quiero dormirme en un auto con desconocidos ¿Pueden llevarme a mi cuarto?

—No deberías dormirte —me aconsejó Wes desde atrás—. Mira, ya casi llegamos.

Y era cierto. Podía reconocer el camino aunque me doliera la cabeza. Estábamos tal vez a tres o cuatro calles. Pero esa distancia en plena metrópolis podía llegar a significar quince o veinte minutos por culpa del tránsito. Y hoy no parecíamos tener suerte.

Un poco molesto por tener que esperar, Zack encendió la radio a mitad de Highway to Hell. Lo que era cómicamente oportuno para el momento.

Comencé a hacer mi mejor playback, porque cantar se me daba peor que mi vida amorosa. Movía los hombros cuando sólo se escuchaba la guitarra, y la cabeza cuando debía cantar.

Zack me miraba de reojo de vez en cuando, con el atisbo de una sonrisa. Wes, en cambio, permanecía mudo en su lugar. Seguramente debatiéndose si aquella conducta debería preocuparlo más.

—¿Cuáles son los síntomas de un ACV? —me pareció oírlo murmurar.

—¿De dónde has sacado a esta galletita, Sullivan? —preguntó el rubio con diversión. Su cabeza también se movía un poco, al ritmo de la música.

—Del cuarto de tu hermana —respondí molesta, sin olvidar el ardor de mi rostro. Entonces una idea me vino a la mente—. ¿Tú te consideras un chico malo, Zack?

El volumen de la música fue bajando hasta terminar. Comenzó a sonar Ballroom Blitz, de Sweet, pero no encontré oportuno ponerme a cantar cuando los muchachos comenzaron a observarme con tanta intensidad, como si mi pregunta hubiera estado de más. Y tal vez tuvieran un poquito de razón.

Aparcamos el auto a media calle de la entrada del hospital y comenzamos a caminar en un silencio incómodo. Durante el corto trayecto que hicimos, el pelinegro no se despegó ni un momento de mí, como si temiera que me cayera si se apartara.

«Me duele la cabeza. No soy paralítica».

Cuando llegué a la ventanilla de recepción, el sujeto que me atendió me reconoció al instante.

—Jodie —me saludó con una sonrisa auténtica, como si de verdad estuviera feliz de verme— ¿Vienes a ver a...?

—Me han dado fuerte en la cabeza —dije un poco más alto de lo que debería, para interrumpirlo—. Me duele mucho ¿Cuánto crees que tarden?

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Pasé la siguiente hora allí mientras los chicos se quedaban sentados en la sala de espera, de brazos cruzados y sin hablarse.

Todo por el clichéDonde viven las historias. Descúbrelo ahora