32. Todo lo que puede salir mal...

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Anton estaba nervioso.

Se sentaba, levantaba, caminaba de un lado al otro, se miraba en el espejo y al percatarse de lo guapo que era le guiñaba el ojo a su reflejo. Luego volvía a repetirlo para hacer girar el asiento.

Faltaban un par de minutos para que la banda telonera acabara su última canción y el muchacho entrara. Era su primer 《gran》 concierto y no estaba segura de si quería subir al escenario o salir del estadio y no volver nunca.

Yo me había sentado un poco más apartada de él para dedicarme a verlo mientras esperábamos a que vinieran al camerino a buscarlo.

Se suponía que en aquel concierto Sienna debía subir al escenario como una fan, así que eso nos puso más nerviosos a todos si es que acaso fuera posible.

Como yo no había revelado los verdaderos nombres en mi historia, nadie sabía que Sienna era la chica a la que habían contratado. Y yo tampoco sabía cómo era que ellos debían conocerse, así que el plan del noviazgo falso seguía en pie. 

En especial porque ahora todos estábamos desesperados por desviar la atención negativa que me había llegado.

Muchos me apoyaban gracias al libro, pero aún así seguía siendo peligroso.

Cuando Anton ya iba por su cuarta vuelta alrededor de todo el camerino me vi obligada a interrumpirlo.

—¿Quieres parar un poco? —Él se detuvo justo cuando volvía a sentarse, con el trasero a mitad de camino—. Lo harás bien.

Por mi propia cuenta yo ya estaba nerviosa. Por el show, por mi amigo-casi-novio, porque llevaba días con varias ideas rondando por mi cabeza y porque desde que habían descubierto mi historia no dejaban de llegarme propuestas a mi correo.

¿Estaba contenta? Sí. Pero también quería gritar y hacerme bolita.

Sentían que habían llegado muchas cosas buenas, pero también malas. 

Tuve que dejar la carrera, por ejemplo. Tendría que comenzarla de cero el próximo semestre en otra ciudad. Anton y yo ya no podríamos ser vistos juntos en público.

Ahora entendía por qué, mientras más crecía la carrera de Anton, más presionado se sentía él.

—No estoy preocupado por mí —me contestó—. Me asusta que alguien más lo eche a perder ¿Sienna ya ha entrado? Tiene el puto hábito de cagarme la existencia.

—Ya ha llegado —le aseguré—. Vino con su primo para no levantar sospechas ¿Puedes dejarla en paz y ocuparte por ti? ¿Ya te conoces el acto de memoria?

Anton me miró como si fuera una pregunta muy estúpida. En realidad lo era. ¿Qué esperaba? ¿Que me dijera que no?

Alguien llamó a la puerta y los dos levantamos las cabezas. La puerta se abrió, entró un muchacho y le pidió al pelinegro que fuera con él porque ya era hora de subir. El aludido se levantó un poco atontado y fue derecho a la salida, pero yo me levanté y lo alcancé a mitad del camino. Le tocó el hombro y Anton se giró a verme muy desorientado.

—¿Qué sucede?

Lo besé. 

Él se congeló por la sorpresa, pero luego tomó mi rostro para retenerme, como si no quisiera que el beso acabara, por más que el tiempo corriera en su contra.

Cuando nos separamos, Anton se encontraba aun más atontado que antes, pero ya no se veía tan nerioso. Se dio vuelta para salir, chocó con el marco de la puerta, le pidió disculpas y se marchó.

Todo por el clichéDonde viven las historias. Descúbrelo ahora