No me imaginé, en ningún momento, que la universidad fuera tan aburrida.
En la primera clase del día, por culpa de Salem, tuve un asiento al final del salón y apenas fui capaz de oír lo que decía el profesor. Así que proveché que nadie me vería y me coloqué los auriculares de nuevo para continuar con la lista.
Lamentaría eso en el examen.
Las otras clases, a pesar de que si pude oírlas, apenas si comprendí dos palabras de cada oración. Y creo que era porque hablaban en otro idioma. Por lo menos durante la clase de griego.
Ni siquiera sabía que tenía griego.
Mi viernes de clases no acabó hasta que anocheció. Para ese entonces ya tenía cuatro libros por leer, cinco hojas de anotaciones, dos ideas para una nueva novela, y 253 temas para la fiesta de Anton.
Nada mal, Jodie.
Me encontraba agotada, pero necesitaba hacer aunque sea una última cosa antes de volver a mi dormitorio y encontrarme con Amanda.
Debía hablar con Wes y pedirle que me ayudara. Mamá me había dado una última oportunidad para una nueva historia y necesitaba que estuviera lo mejor posible. Eso significaba meter mi dignidad en un pozo y encadenarla de pies y manos.
Para suerte mía, el tipo dark academia era ayudante de cátedra de mi profesor de literatura inglesa; a quien, oh casualidad, tenía en las últimas dos horas de los viernes.
Me quedé parada junto al marco de la puerta cuando nos tocó salir para esperarlo.
Frente a mi pasaron montones de caras desconocidas que se apresuraban a marcharse. Pero algunas otras me resultaban vagamente familiares y me pregunté si habría estudiado en la secundaria o la preparatoria con ellos, como fue el caso de Serena.
Mi mente a largo plazo no funcionaba y no era capaz de recordar a casi nadie de mi adolescencia. Pero podía recitarme de memoria todos los nombres de Dumbledore. Lo que, en el mundo del fandom literario, ya se consideraba una hazaña.
Cuando Wes salió, llevaba sus lentes de marco fino puestos y los mechones revueltos. Tenía la mochila con la que había entrado echada al hombro e iba hablando con el profesor, quien estaba a su lado.
Al pasar por la puerta y notar mi presencia se detuvo junto a mí y se despidió.
—Pero bueno ¿Qué tenemos aquí?
Se quitó las gafas, las colgó del cuello flojo de su camiseta y provocó que éste se fuera hacia abajo un par de centímetros. Mis ojos fueron a parar allí, justo donde dos lunares solitarios se asomaban.
«Ve al grano».
—¿Sabes? Creo que sería más fácil si me dieras tu teléfono.
—¿Qué?
«No tan directa, estúpida».
Hice una pequeña mueca de disgusto por lo que dije.
Había ocasiones en las que mi cerebro y yo desconectábamos, no éramos una; y solían suceder cosas por este estilo.
—Te he estado buscando todo el día para pedirte algo y me di cuenta de que no sabía nada de ti —intenté ablandar el impacto de mis anteriores palabras— Porque... porque se me ocurrió que tal vez podría mandarte un mensaje, pero luego recordé que no tenía tu número.
Él sonrió.
—Buen punto.
Acto seguido, sacó su teléfono del bolsillo interior de su saco para teclear algo en él y se lo llevó a la oreja. Unos segundos después, mi teléfono comenzó a vibrar. Emitió el mismo sonido del pedo.
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Todo por el cliché
Teen FictionJodie acaba de entrar a la universidad con sólo una cosa en mente: cumplir su lista de clichés para ser la mejor protagonista de wattpad. Y graduarse, claro. -.-.-.-.-. Jodie tiene una doble vida, como Hannah Montana, y de día es estudiante, pero de...