26. Puedo invocar a Satanás, pero no tu amor

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Luc desapareció para explorar todo el campo una vez que me hube cambiado.

Nunca antes había visto brillar tanto sus ojos como cuando comenzó a ver todo a su alrededor. Llegó a tal punto de emoción que de vez en cuando daba brincos con una sonrisa de oreja a oreja si se topaba con algún personaje.

De regreso a la carpa gigante me topé con dos Jon Snows y cuatro Aryas. Pero la verdadera emoción comenzó cuando comencé a oír pasos detrás de mí. Luego de dos minutos incómodos de trayecto me vi obligada a girar. Y me encontré con el mismísimo narrador pisándome los talones.

Me arremangué el odioso vestido rojo y puse los brazos en jarra.

—¿Por qué me sigues?

El hombre, quien llevaba el libro gigante abierto, pasó de página y comenzó a citar en voz alta:

—¡La elegida recorrió toda la aldea a pie sin descanso! Necesitaba conocer a su pueblo para poder defenderlo.

—Deja de seguirme.

—Ella estaba confundida, pues sólo tenía un día para organizar la batalla. Sin embargo, una pequeña llama de confianza y fe brillaba en su pecho.

—Voy a denunciarte.

Cerró el libro y se quitó la capucha. Debajo, el rostro de un adolescente me miró con los ojos entrecerrados. No tendría más de quince años, pero con el disfraz de dementor daba miedo. Y sin él también.

—Eres la protagonista —me susurró a pesar de que no hubiera nadie cerca—. Ignórame. Arruinarás el juego.

Relinché como los caballos. Me levanté la pesada falda y seguí mi camino mientras pretendía no oír los 《sigilosos》 pasos de mi sombra. El problema era que el pasto no dejaba de picarme en los pies donde fuera que la sandalia no me cubriera. Y el sol me calentaba más que Logan Lerman.

—Me pregunto si alguien sabrá dónde está nuestra carpa —mencioné en voz alta, sin dejar de caminar.

Detrás de mí, lo oí pasar un par de páginas, como si estuviera leyendo. Pero no había nada escrito en el libro.

—¡Luego de tanto caminar, la elegida se desorientó y desvió de su caminó, pues no tuvo en cuenta que el castillo quedaba en dirección contraria.

Me giré de golpe y el narrador se llevó el libro al pecho, asustado.

—Creo que alguien es un imbécil por no avisarle a la elegida de eso antes.

Los mofletes del niño se inflaron, rojos de rabia, y bajó su tesoro para fingir que leía algo más en las páginas blancas.

—La elegida tenía muy mal genio.

Dios mío, no podía pelear con alguien más bajo que yo. Sus mejillas seguían infladísimas.

El trayecto de regreso fue silencioso. Sin quejas, discusiones ni narraciones.

Una vez que entramos al 《castillo》, me topé con Wes haciendo malabares con cuchillos de utilería. Al verme se le cayó el que había estado manteniendo parado sobre su nariz y el mango le golpeó la frente. Se quedó quieto y me miró. Era la primera vez en la semana que nos quedábamos solos.

Todo por el clichéDonde viven las historias. Descúbrelo ahora