3. ¿Qué he hecho?

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Se suponía que no me metería en problemas hasta mi primera fiesta en la universidad, donde todo se saldría de control, acabaría besando al mariscal de campo, al chico malo, o al mujeriego de turno. O quizá a los tres.

No hoy, no ahora, porque mi estúpido tío tiró una ventana.

Yo debía ser la buena, la chica dulce que todo el mundo amaba, carajo.

Sentado junto a mí, frente al escritorio del rector, Anton presionó mi mano para que dejara de resoplar tan fuerte y me miró molesto, a lo que yo respondí alzándome de hombros.

No quería estar ahí, no había hecho nada malo para merecérmelo y el rector llevaba ya más de quince minutos regañándonos por no respetar el mobiliario de la escuela. Al comienzo, Anton abrió la boca para decirle que él ni siquiera era alumno, pero yo negué.

Él era mayor de edad. Podrían detenerlo por dañar la propiedad privada o alguna payasada de esas. Era mejor que creyeran que era estudiante y le mandaran algo a su expediente inexistente.

Estuve a punto de largar un suspiro cuando, detrás de nosotros, alguien llamó a la puerta.

El hombre de sesenta años detuvo su charla ancestral y se incorporó para ir a abrir. Cuando comenzó a hablar con quien sea que estuviera allí, aproveché y me incliné hacia la izquierda, donde tenía a mi amigo.

—Es nuestro momento —le susurré—. Saltemos por la ventana.

Anton se inclinó hacia mí e hizo mover su sillita con ruedas para pegarla a la mía con disimulo. Y con «disimulo» me refiero a que en todo momento no dejó de mirar hacia adelante, estático de cintura para arriba.

—Jodie, son dos pisos —dijo cuando acabó con su maniobra.

—No importa. Suicidémonos juntos. Seremos como Jack y Rose.

—Ellos no...

—Terminé con ustedes. —El hombre volvió a aparecer en nuestro campo de visión y tomó por los bordes aquel traje gris impoluto mientras se sentaba—. Díganme sus nombres para que busque sus expedientes.

«Por fin».

—Jodie Morgan —dije aliviada.

El hombre comenzó a escribir, dejando a su calva en primera plana para que viéramos nuestro reflejo.

Qué sujeto tan amable.

Cuando comenzó con mi apellido, se quedó un momento congelado, pensando, y levantó la cabeza para verme.

—¿Quiénes son tus padres? —preguntó.

—Melissa Bannister y Chase Morgan —contesté, un poco preocupada.

Lo último que necesitaba era meterme en más problemas por culpa de ellos. Ya tenía suficiente con Dean.

El hombre sonrió y más arrugas le aparecieron en el rostro, pese a que lo creyera imposible. Anton me miró confundido y entonces comprendí lo que estaba sucediendo. Lo tenían en el bolsillo.

—Conozco a tus padres, son muy buenas personas —dijo. Dejó la pluma sobre la mesa y apoyó la espalda en el respaldo de su asiento súper cómodo—. Estoy seguro de que no has tenido la culpa de lo que ha sucedido. Seguramente la habrán colocado mal. —Quise poner los ojos en blanco cual rayita—. Enviaremos a alguien para que te coloque una nueva. Pueden irse. Lamento haberlos retenido.

Nos levantamos, medio extrañados, y cuando me volteé para marcharme casi choqué con una chica que estaba parada detrás de mi asiento.

¿Cuánto tiempo llevaba ahí parada?

Todo por el clichéDonde viven las historias. Descúbrelo ahora