Nora no sabe decir que no.
Quizás es por eso que, sin darse cuenta, se verá inmersa en un viaje con el chico arrogante de ojos verdes al que apenas conoce, pero que pondrá todo su mundo patas arriba.
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Dallen no tiene nada que perder.
Quizás e...
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Esa misma tarde terminamos de vaciar y limpiar aquella casa de todos sus recuerdos.
Al volver de tirar las últimas bolsas de basura encontré a Dallen de pie a unos metros de la entrada, observando la casa sin apenas pestañear con aquellos ojos verdes. No quise estropear ese momento, porque todo el mundo merece tener las despedidas que deseé sin interrupciones. Así que me fui a comprar dos latas de mi café favorito para darle su espacio.
Cuando volví, al cabo de un buen rato, lo encontré sentado en el suelo, aun con su mirada puesta en la fachada de la casa. Sin decirle nada le alargué una de las latas y me senté a su lado cruzando las piernas. Sus ojos se clavaron en los míos, llenos de sorpresa y con un brillo difícil de identificar, pero no hizo ningún comentario. Se limitó a aceptar mi regalo y a volver a clavar su mirada en aquella casa.
No sé cuánto rato estuvimos compartiendo aquel silencio, pero no me incomodó. Al contrario. Era curioso cómo era tan fácil estar junto a él a veces y como otras deseaba que me tragase la tierra o incluso enterrarlo a él.
El cielo empezaba a teñirse de colores rosas y naranjas que se mezclaban entre ellos. Y, en ese instante, me atreví a mirarlo de reojo. La poca brisa que soplaba le removía los mechones de pelo negro que le caían sobre la frente, sus ojos verdes apenas pestañeaban y brillaban de una forma de la que no los había visto brillar.
¿Qué estaría pensando?
Pero, si una cosa sabía, era que las personas tenemos límites que a veces no queremos que crucen, secretos que no queremos que salgan a la luz y sentimientos que nos queremos guardar para nosotros. Por lo que me limité a compartir ese silencio, que era más de lo que podía pedir.
—¿Te importa si nos quedemos un rato más así? —preguntó rompiendo aquel silencio, mientras el rojo del cielo empezaba a volverse azul oscuro y empezaban a brillar las primeras estrellas.
No contesté con palabras. Me limité a negar con la cabeza y acabar mi último sorbo de ese café que había comprado de despedida.
—Gracias.
Se giró hacia mí, alzando ligeramente la comisura de sus labios, y nuestras miradas se cruzaron. Entonces me fijé en que sus ojos estaban vidriosos y noté cómo mi estómago daba un vuelco. De repente el espacio que había entre nosotros se reducía hasta casi poder oler la fragancia de su champú. Embriagada por aquel momento de conexión, mi mano actuó por voluntad propia y se levantó del césped para posarse con delicadeza en su mejilla.
Dallen abrió los ojos de golpe y yo me di cuenta de lo que acababa de hacer.
¿Se podía saber qué pasaba conmigo?
Una ola de vergüenza empezó a apoderarse de mí y al instante hice el gesto para retirar esa mano traidora. Pero su mano fue mucho más rápida y la posó sobre la mía, reteniéndola unos segundos más encima de su mejilla casi congelada.