Capítulo 11. Ojos cerrados y sueños despiertos

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—Entonces, ¿qué harás? —preguntó Tessa con los ojos como platos desde el otro lado de la pantalla

—Tú que crees Tess, No estoy loca.

—Norita, si estuviera allí contigo te sacaría a rastras de tu cuarto.

—Pero no lo estás —Me estiré en la cama con el portátil apoyado entre mi barriga y mis piernas—. Además, ¿te recuerdo que sigo eternamente enfadada contigo?

Tessa rompió a reír.

—Ojalá haber presenciado aquello, en serio. Sigue siendo tu culpa por dejar el móvil en la mesa —Se abrió una lata de cerveza y añadió—. Y qué coño, tu culpa por no aprovecharte de la situación. Te di un empujón de los grandes y lo desaprovechaste.

Arrugué la nariz como respuesta y después de pensarlo durante un instante, añadí:

—De todas maneras, ya da igual. Han pasado tres días desde que hablé con él. O más bien desde que se enfadó conmigo.

—¿No has vuelto a saber de él?

Negué con la cabeza. Quería que ese extraño recuerdo de nosotros dos en el suelo de la cocina se alejara de mi mente, pero cuanto más lo intentaba, más fuerte me azotaba en el corazón.

¿Cómo se puede estar tan cerca y a la vez tan lejos de alguien?

Y, lo más importante, ¿Por qué no podía simplemente olvidarlo?

—Tess, cuéntame algo para que me olvide de «Mr. hielo».

Pero antes de que Tessa pudiese hablar, escuché el tono de llamada de mi móvil. Mi cabeza aún no había sospechado quién podría ser que mi corazón ya latía a toda velocidad. Porque, aunque solo hubiera un uno por ciento de posibilidades que fuera él, mi subconsciente se aferraba a aquella probabilidad inundándome de falsas esperanzas. Lo cogí con tantas ansias que casi tiro el ordenador al suelo, pero todas las emociones se desvanecieron tan rápido como llegaron al escuchar la voz de Leo al otro lado de la línea.

—Nora, justo ahora Dallen se ha ido a firmar los papeles de la venta. ¿Estás ocupada?

—Estoy hablando con una amiga. Aunque podemos quedar en la cafetería en quince minutos, si quieres.

Accedió y me volví hacia el ordenador para despedirme de ella que me hizo prometerle que le contaría todo al detalle al volver. Tardé solamente diez minutos en ponerme algo decente y salir de casa, todo un reto por mi parte.

Todavía me quedaba una calle para llegar, así que aceleré un poco el paso hasta que giré la esquina y lo vi sentado en una de las mesas de la terraza con su abrigo de cuadros verdes puesto y unas gafas de sol en la cabeza. Aunque hacía sol, el aire era frío, por lo que le pregunté si prefería entrar.

Cuando Decidas Saltar ⚠️ ¡27/11/23 en físico!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora