Capítulo 10. Heridas de tinta permanente en hojas de hielo

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Dallen se había ido temprano sin hacer ningún ruido y en el salón ya no quedaban rastro de sus cosas. Parecía como si nunca hubiese estado allí, como si aquellos días formaran parte de un sueño borroso que nunca había ocurrido en realidad.

Aquel pensamiento me encogió un poco el estómago. Me había dado a entender que mi ayuda ya no hacía falta, pero todavía tenía una tarea pendiente y me sentía con la obligación de hacerla.

Tardé un poco más de lo habitual en escoger qué ponerme, decantándome al final por una camiseta verde de manga larga y unos vaqueros sencillos. Aunque ya me sabía aquel recorrido de memoria, estaba incluso más nerviosa que el primer día y mis pensamientos se enfocaban en el ritmo acelerado de mis pulsaciones en la garganta.

Delante de la casa, aparcada y con las puertas abiertas, había una Volkswagen naranja de las antiguas. Las que llevaban los hippies en los sesenta. En seguida pensé en Gabin y en su gusto peculiar por esas furgonetas. Y esa tontería me ayudó a calmar, por unos instantes, los nervios.

Hasta que lo volví a ver.

Dallen estaba apoyado en el lateral de la furgoneta con las manos en los bolsillos, mientras escuchaba hablar a Leo. Los nervios, que parecían haberme dado un respiro, volvieron a salir con mucha más fuerza.

Respiré hondo y avancé hacia ellos. Lo había decidido y ya no había marcha atrás.

—¡Nora! —gritó animado Leo al verme.

Pero en lugar de mirarlo a él, no pude evitar ver como Dallen fruncía el ceño y se metía dentro de la casa sin ni siquiera saludarme. Sin duda no esperaba verme de nuevo allí y parecía claro que no le había hecho ni pizca de gracia.

Eso complicaba un poco las cosas.

—Esta caja de libros va a la cafetería de tu madre, ¿verdad? —comentó Leo ignorando lo que acababa de pasar. ¿O es que solamente lo había visto yo?

—Sí, para actualizarla un poco —contesté casi en modo automático, dirigiendo mi mirada hacia el interior de la casa— ¿Me perdonas un momento?

Leo me miró intrigado, pero se limitó a asentir con la cabeza. Mi corazón ya había superado el límite de pulsaciones por minuto cuando entré y lo encontré justo al lado de las escaleras, con una caja entre las manos. Frunció los labios al volverme a ver, sin embargo, no se movió esta vez.

Esta era mi oportunidad. Ahora o nunca.

—Te dije que no hacía falta que vinieras —masculló casi sin pestañear.

Me ponía negra su capacidad de pasar tan rápido de un extremo a otro. De burlarse de mí tan íntimamente a ser el hombre de hielo, como le llamaba Tessa. Pero no estaba aquí por eso, tenía que hacer algo importante para mí. Aunque no sabía ni por dónde empezar.

Cuando Decidas Saltar ⚠️ ¡27/11/23 en físico!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora