Capítulo 34. El equilibrio imposible

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—¿Puedes ser más preciosa?

Me acurruqué un poco más entre sus brazos, con mi mejilla encima de su pecho, mientras sus dedos iban cosquilleando mi brazo.

Me encantaba esa sensación de seguridad, de sentirme como en casa.

Habían pasado dos días desde nuestra reconciliación, pero apenas habíamos hablado de lo que nos había llevado hasta ese momento. Me había prometido que me lo contaría todo, pero la realidad era que él no se atrevía a hablar y yo volvía a morderme la lengua antes de preguntar.

Así que me había aferrado a sus besos, sus abrazos debajo de las sábanas y a sus susurros en el oído mientras intentaba ignorar el daño que podían hacerme sus secretos, sus «no pasa nada» y sus «todo va bien».

Porque si algo sabía, era que todo no iba bien, pero a los dos se nos daba de maravilla fingir que sí.

—Estás ciego —contesté levantando mi barbilla para besarle en los labios.

Coloqué mi mano sobre el mismo sitio donde había estado acostada minutos antes, y me incliné aún más sobre él para profundizar ese beso.

—Nora —rogó separándose de mis labios—. Tengo que irme y como te acerques más...

No pude evitar sonreír.

—Si me acerco más... ¿Qué?

Me acerqué hasta que mis labios rozaron los suyos y me quedé así, sintiendo como su respiración agitada se entrelazaba con la mía en aquellos escasos milímetros de separación.

—Tú lo has querido.

Dallen rodeó mi cintura con su brazo y, antes de que pudiera darme cuenta, mi espalda estaba pegada al colchón y mi rodilla se había quedado enganchada entre sus piernas. Sus labios se bajaron por mi cuello, erizando el camino que dejaban sus besos en mi piel, hasta llegar a la curvatura de mi pecho.

Clavé mis manos a ambos lados de mi cuerpo y arrugué la sábana entre mis dedos cuando sus besos empezaron a bajar hasta perderse por debajo de mi inexistente ropa interior.

Tragué saliva cuando sentí la humedad de su lengua y, sin poderlo evitar, arqueé la espalda al notar una corriente eléctrica, recorrerme el cuerpo hasta la punta de mis pies.

No me di cuenta de que había cerrado los ojos hasta que sentí que Dallen se había separado de mi cuerpo. Se había quitado los pantalones y, con una rapidez inaudita, se había colocado un preservativo.

Sus ojos se clavaron en los míos y un brillo oscuro los recorrió, antes de volver a inclinarse sobre mí. Gemí cuando sentí como se introducía con cuidado entre mis piernas y me llenaba de su propio calor.

—Me encanta cuando haces eso —susurró en mi oreja justo antes de morderme el lóbulo.

Pasé mis dedos por su pelo y acerqué su rostro de nuevo al mío. Sentía la imperial necesidad de besarlo, de acercarme tanto a él, que no quedará más espacio entre nosotros, de que empezara a moverse con más velocidad hasta hacerme explotar de nuevo. Cómo lo habíamos hecho tantas veces en cuarenta y ocho horas. Cómo lo volvíamos a hacer ahora.

Cuando Decidas Saltar ⚠️ ¡27/11/23 en físico!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora