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Eran las cinco de la tarde cuando llegamos delante de un portal de un edificio triste, gris y claramente más desgastado que los edificios más altos que tenía a ambos lados. La calle en la que se encontraba era solitaria y, aunque sabía que Dallen conocía aquella ciudad como la palma de su mano, me provocaba un estado de alerta que me agarrotaba todos los músculos de mi cuerpo como si tuviera la certeza de que algo podría ir mal.
Dallen sacó un manojo de llaves y rebuscó sin decirnos nada hasta que encontró una con la etiqueta de «entrada». En el momento en el que la puerta se cerró tras de nosotros, noté como mi cuerpo se destensaba.
El portal por dentro era tan pequeño como parecía por fuera. Antes de seguir a Dallen, que ya había empezado a subir las escaleras, Leo le llamó la atención.
—Oye, ¿Esta puerta tenebrosa a dónde va? —preguntó señalando con el pulgar una entrada pequeña de madera oscura con muchas vetas.
—Ahí es donde Sebastian encierra a los que se meten donde no les llaman —contestó Dallen alzando un poco la comisura de sus labios. Sus ojos se desviaron hacia los míos justo antes de retomar su subida por las escaleras—. Venga, subid.
Lo seguimos hasta subir al primer piso.
—Ahí es donde vive Sebastian —comentó Dallen, señalándonos la puerta de la derecha
—¿El secuestrador de personas que se interesan por la vida de los demás? —preguntó Leo, arqueando las cejas.
Reprimí una sonrisa al entender por qué lo estaba diciendo Leo.
—El mismo.
No sabía cómo se imaginaba Leo a Sebastian, pero yo me imaginaba a un motero de una espalda de mínimo dos metros de ancho.
—Y aquí está nuestro piso —anunció Dallen con un suspiro al abrir la puerta de la izquierda.
No necesité dar más de un vistazo al piso para darme cuenta de que era un completo desastre: El polvo se acumulaba sin control sobre cualquier superficie y los objetos se repartían por todos los lugares sin ningún orden aparente. Incluso me pareció ver unos calzoncillos negros colgados del pomo de la puerta del baño. En lo primero que pensé fue en mi madre y en lo escandalizada que se pondría al ver todo aquello, era meticulosa con el orden y a mí me había pasado un poco aquella manía.
—Que...
Busqué una palabra que pudiera definir mi impresión, pero no podía dejar de pensar de quien eran aquellos calzoncillos negros.
Leo parecía estar en mi mente, porque se acercó a ellos y los cogió con los dedos haciendo pinza.
—Dime que no son tuyos.
—Claro que no.
Dallen puso los ojos en blanco y le arrebató los calzoncillos de las manos para tirarlos dentro de una de las habitaciones que daban a ese pasillo.
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Cuando Decidas Saltar ⚠️ ¡27/11/23 en físico!
Novela JuvenilNora no sabe decir que no. Quizás es por eso que, sin darse cuenta, se verá inmersa en un viaje con el chico arrogante de ojos verdes al que apenas conoce, pero que pondrá todo su mundo patas arriba. ༺♥༻❀༺♥༻ Dallen no tiene nada que perder. Quizás e...