Nora no sabe decir que no.
Quizás es por eso que, sin darse cuenta, se verá inmersa en un viaje con el chico arrogante de ojos verdes al que apenas conoce, pero que pondrá todo su mundo patas arriba.
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Dallen no tiene nada que perder.
Quizás e...
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La reconocí en el mismo instante en el que entró en aquella fiesta a la que no había tenido más remedio que asistir dado que me alojaba ahí. Habían pasado años, pero su cara y su expresión de timidez no había cambiado en absoluto.
Intenté ignorar la sensación que recorrió mi cuerpo cuando la volví a ver, días después, en la cola del cine. Mirándose los pies, inquieta, con dos mechones de pelo tapándole la cara.
Pero fue imposible.
Y, por si fuera poco, había sido la única persona en todo el pueblo que se había dignado a ayudarme.
El destino me estaba intentando tomar el pelo.
¿Por qué después de tantos años? ¿Por qué justo ahora me la encontraba hasta en la sopa?
Y, peor aún, ¿por qué me daban aquellas malditas ganas de besarla cada vez que se acercaba demasiado a mí? Lo había intentado, de verdad que había intentado que la relación fuera solamente «circunstancial», pero mi cuerpo parecía tomar decisiones propias cuando estaba a su lado e ignoraba mis puñeteras órdenes a la perfección
Doblé las sábanas de aquella cama improvisada donde había dormido aquellos últimos días y las dejé encima la mesita sin hacer ruido. Tenía que irme antes de que se despertara. Antes de que aquella extraña tensión se hiciera más grande, tan grande que fuera imposible de parar.
La noche anterior había estado a punto de cometer una locura. Pero una locura que tenía ganas de hacer desde que la vi cruzar la puerta en aquella fiesta y sentarse frente a mí. Fue en ese momento cuando despertó en mí algo que llevaba tanto tiempo dormido que pensaba que estaba muerto. Porque hacía tiempo que mi mente y mi cuerpo iban en piloto automático, sobreviviendo solo por qué así tenía que hacerlo. Pero por dentro me sentía vacío.
Mi abuela creía que todo pasaba por alguna razón y yo la odiaba cada vez que lo repetía. Porque si tenía razón, el destino era una maldita mierda.
Escribí una nota de agradecimiento a la madre de Nora y me fui de aquella casa esperando que fuera la última vez que el destino intentara cruzarnos. Porque cuando estaba con ella me olvidaba de todo, me olvidaba de mi objetivo real. Y mi único propósito era algo que no podía ignorar.
Y menos por una chica, aunque fuese ella.
Recordé el peso de su cuerpo sobre el mío y otra vez aquella sensación de calor me recorrió el cuerpo.
¡Maldita sea! ¿Podía dejar de pensar en ella de una puñetera vez?
Por suerte ya no tendría que volverla a verla nunca más y podría centrarme en lo que llevaba meses planeando.
La casa de Leo estaba más cerca de lo que había calculado, por lo que llegué antes de lo previsto y me lo encontré con los ojos hinchados y con el pijama aún puesto.