IV

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Cuando un bebé nace, las personas suelen decir que se trata de una bendición mandada por Dios, e incluso los llaman por nombres relacionados con el cielo, como querubines o ángeles. 

Lo cierto es que nada de eso pasó para él. 

Su madre era una adicta a diversos estupefacientes, no podía pasar un sólo día sin inhalar o fumar un poco de aquellas sustancias que, varias veces, la hacían perder la cabeza. 

Nació cuando su madre tenía tan sólo veinte años. Al ser joven, inexperta, y encontrarse bajos los efectos del alcohol y las drogas la mayor parte del tiempo, la infancia de Mark Lee fue una pesadilla. 

Un día no lo soportó más y con tan sólo doce años escapó de su hogar, encontrando uno nuevo en una pandilla de hombres mayores a él, que para ironías de la vida, cuidaron de él mejor que la mujer que lo dio a luz.

El nombre de su padre, jamás lo conoció, viéndose al espejo se esforzaba por imaginar su rostro, pero por más drogado que estuviera, no lo lograba. 

Porque sí, Mark Lee era un adicto al alcohol, a drogas como la heroína, cocaína, y cualquier cosa que lo hiciera sentir en lo alto. 

— Mark, Jeffrey te habla. —Lo llamó.

— Gracias, ya voy. 

Dejó de lado el arma que estaba limpiando y acudió al llamado del hombre que, estaba más cerca que nadie de ser su padre. 

— Me dijeron que me necesitabas. —Habló haciendo saber que se encontraba en el cuarto. 

— Necesito un favor, Mark. —bebió de su whisky— Y ninguno de esos imbéciles será capaz de hacérmelo bien. 

— ¿De qué se trata? —Cuestionó tomando asiento frente al hombre. 

— Necesito que amenaces a alguien. 

La sangre se le enfrió y su corazón dejó de latir sólo por un segundo, porque al siguiente la adrenalina estaba bien presente en sus venas. 

— ¿A quién? 

— Rose Lee. 

El nombre se le hacía conocido, pero no logró recordar de quién se trataba. 

— Puedes enviarme la información necesaria cuando puedas. —asintió— ¿Qué mensaje quieres darle? 

— Es más un recordatorio. —sonrió ladino— Hazle saber que en mi territorio nadie puede meterse, y que no puede tocar a mis perros. —encendió un cigarrillo entre sus labios—  Si puedes, dale un tiro en el hombro, sería la cereza del pastel. 

— Claro. —se levantó— ¿Sería todo? 

— Sí. 

— De acuerdo. —Caminó hacia la puerta, abriéndola. 

— Mark. 

— Dime. 

— ¿No vas a preguntar quién es él y por qué te pido esto? —Lo retó alzando una ceja. 

— Las pendejadas que decidas o no hacer, no son mi asunto. —aclaró— Yo sólo hago mi trabajo, y sigo con mi miserable vida. 

— Me gusta tu coraje. –sonrió dejando el cigarro en el cenicero— Puedes irte. 

Y se marchó. 

Terminó de limpiar su arma, que le serviría para amenazar a aquel hombre. Pidió pollo frito para el almuerzo, que compartió con Jeffrey, con quien también bebió un par de copas mientras hablaban temas que le causaban dolor de cabeza. 

Por la tarde, decidió que tomar una caminata tal vez ayudaría a calmar la jaqueca que se cargaba por no haber consumido durante dieciséis horas seguidas. 

Recorrió las calles de la periferia, y cuando llegó a las calles del centro, la cabeza comenzó a darle vueltas. 

— Mierda. —Se quejó antes de caer al suelo. 

Su pulso, acelerado.
Su vista, borrosa.
Su mente, nublada.
Su respiración, irregular. 

Síntomas claros de abstinencia. 

Y se desmayó, sobre el frío suelo de aquel boulevard. 

De palabras y versos | nct dream Donde viven las historias. Descúbrelo ahora