XXXII

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Espero que hayan conseguido esos pañuelos, los van a necesitar.

Jisung no podía creer la manera en que la vida parecía no querer darle un sólo respiro.

A Dios parecía no haberle bastado con arrebatarle a su madre, tampoco había sido suficiente haberse llevado a Jaemin con una enfermedad llena de sufrimientos, no había bastado con orillar a Jeno a terminar con su propia vida de una forma tan dolorosa, tampoco parecía estar satisfecho con haber dejado a Mark nacer y morir en la misma miseria, sino que ahora había colocado esa camioneta en el camino de Haechan, que ya estaba decidido a seguir adelante.

Su vida parecía la peor de las películas de terror, y no le gustaba la idea de ser el protagonista.

Pero cada vez que pensaba en las muertes de las personas que más había amado, terminaba por burlarse de sí mismo, que inocente y estúpidamente seguía esperando por la tan hablada misericordia del Dios del que todo el mundo habla.

Ese mismo Dios que permite que millones de personas mueran de hambre paradas sobre sus propios pies, el Dios que ve la manera en que miles de personas son violadas y asesinadas diariamente alrededor del mundo, ese Dios que observa desde sus cielos como sus hijos pelean y arman guerras en su nombre con el fin de defender las palabras escritas por otros humanos quizá un poco más locos que ellos.

Y quizás él estaba sólo un poco menos cuerdo.

Porque seguía rogando por una disminución en la cantidad de lágrimas que derramaba cada vez que visitaba una lápida nueva, continuaba pidiendo perdón por pecados que jamás había cometido, y seguía atragantándose con todas esas súplicas que jamás eran escuchadas.

Dios siempre se había hecho de oídos sordos cuando se trataba de él.

Y lo había intentado, infiernos que lo hizo. Desde la pérdida de su madre, luchó cada día por encontrar lo rescatable de sus dolores, por hallar la manera de seguir sonriendo aún en medio del llanto, por seguir caminando aún si le dolían los pies de tanto haber andado, y por conservar la ilusión que la vida tanto se había esforzado en arrebatarle.

Viajó por decenas de lugares, visitó numerosas ciudades y conoció incontables personas que a pesar de no comprender sus sentires, siempre tenían una buena frase para decir, como si pudieran devolverle todo lo que le habían quitado con esas simples palabras.

Le dijeron que la esperanza es lo último que muere.

¿Y de qué le servía la esperanza, si ya lo había perdido todo?

Su única razón para seguir tratando tenía ojos marrones, piel blanca y suavecita, un andar confundido y llevaba por nombre Zhong Chenle.

¿Pero cómo se supone que se ama estando tan roto?

La cabeza le daba vueltas y punzaba de tal manera que supo que ya no quedaba nada por hacer, lo había intentado todo, no podrían decirle lo contrario.

Ya no tenía el coraje para vivir frente a la muerte, sus problemas eran más grandes que Dios.

Tomó el pequeño y viejo cuaderno entre sus manos, aprovechando su pequeño y corto momento de lucidez para plasmar unas cuantas palabras sobre el papel.

Chenle entendería de qué se trataba.

Ya no estaba dispuesto a creer si existía un cielo o un infierno que lo recibiera al finalizar su contrato con la vida terrenal, no pensaría más en los santos que tantos días lo hicieron sufrir pensando en los pecados que un hombre se encargó de crear para torturar al resto, y mucho menos lloraría pensando en los sacrificios de un hombre que fue crucificado para alejar a los humanos de un ser malévolo que nadie sabía si existía en realidad.

No le debía nada a un Dios que lo había abandonado.

Tomó un afilado cuchillo entre sus dedos antes de dirigirse a pasos lentos y entorpecidos hasta el baño, donde tomó asiento a un lado de la fría y vacía tina con la que por un segundo se encontró parecido.

Mirando hacia la reluciente pared pensó por un momento en su madre. Odió, aborreció y despreció la forma en que al recordar a la mujer más importante de su vida, su voz, su tacto y su rostro parecían estar borrosos y distorsionados, como si nunca hubiera estado ahí. Pero él la extrañaba cada día un poco más.

Sabía que en algún punto había comenzado a ver más hacia el suelo que al cielo, y la ironía de la situación recaía en lo mucho él realmente adoraba ver las estrellas. Pero sentía que el mundo seguía avanzando mientras era dejado atrás, cargando con sus pesares más grandes.

No se merecía las estrellas cuando él era la luz más débil entre todas ellas.

Pensar en los días en que fue genuinamente feliz parecía un sueño, lo lejos que estaba de volver a experimentar tal alegría lo derribó una vez más, era realmente jodido tener que volver a un recuerdo para poder sonreír con honestidad.

Nadie nunca sabría la manera en que su mente se encargó de torturarlo mientras miraba a la oscuridad sentado en el pequeño baño, con tantos pensamientos que deseaba callar de una vez por todas, a pesar de que ninguno fuera realmente importante a esas alturas.

Porque sentía que Dios ya no necesitaba de él, y él tampoco quería saber nada sobre Dios.

Todo lo que sabía yacía dentro de sus emociones, de las palabras que nunca dijo, de los pensamientos que lo mantenían despierto noche tras noche. Y confirmó una vez más hacia sus adentros que aquellos que portan un corazón abierto a la sensibilidad, más cercanos están a padecer las desgracias que la vida suele traer consigo.

Ni siquiera se tomó la molestia de cerrar la puerta después de realizar una llamada a los servicios de emergencia. Sabía que nadie acudiría a ayudarlo, no esa vez.

Realizó un par de cortes en sus muñecas y observó la forma en que los hilos de sangre corrían sobre su blanca piel para después comenzar a decorar el blanco suelo, formando una obra de arte digna de admirar por largas horas.

Cuando los pequeños cortes dejaron de ser suficientes, acarició la suave piel de su cuello sobre la cual recibió tantos besos llenos de amor, y cuando terminó de jugar empujó con fuerza el arma. Las botellas de shampoo fueron testigos de la forma en que la sangre brotaba con la intensidad propia de un líquido que ansiaba abandonar un cuerpo cuyo corazón había dejado de latir por cuenta propia tiempo atrás.

Mientras sentía los calambres invadiendo su cuerpo entero y observaba todo a su alrededor con la mirada completamente nublada, casi sintió pena por la persona que tuviera que hacerse cargo del desastre que había hecho de las blancas y elegantes baldosas.

Sentía tanta pena y vergüenza de sí mismo.

Su último deseo fue que Chenle entendiera las palabras que había dejado en el pequeño cuaderno sobre el tocador, solamente quería que el amor de su vida entendiera que lo había intentado únicamente por él.

El último de sus latidos fue sólo para él, el último de sus suspiros todavía puso el nombre de Chenle entre sus labios.

Al menos había dejado su habitación limpia y ordenada.

Sin duda alguna, a veces ni siquiera Dios puede salvarnos.

ʕ•̫͡•ʔ

diosito perdóname por lo que acabo de hacer.

De palabras y versos | nct dream Donde viven las historias. Descúbrelo ahora