XL

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No sabía si debía atribuírselo a su ascendencia, quizá la emoción de sus primeros días de recién casados, el excitante carisma que le caracterizaba, o simplemente una mezcla de todo

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No sabía si debía atribuírselo a su ascendencia, quizá la emoción de sus primeros días de recién casados, el excitante carisma que le caracterizaba, o simplemente una mezcla de todo. Sentados en las afueras de una cafetería Damian no podía dejar de admirar lo preciosa que se veía su cenicienta. Sus ojos azules brillantes, las mejillas sonrosadas, y la boina color rojo que adornaba su cabeza, tan llamativo como el de sus labios pintados.

Admirarla, para él, era sinónimo de desearla.

Deseaba que su boca roja se posase en su piel justo como lo hacían al borde de la taza de café negro que inocentemente consumía, dejando la marca de su recorrido, y como iba acabando con él sorbo a sorbo, lo mismo que su croissant, bocado a bocado, entre sus labios.

Cada movimiento de su esposa le significaba un nuevo placer descubierto, una nueva forma de poseerla.

Soltó un suspiro. Quedaba un largo día haciendo un recorrido turístico por Paris, y la verdad quería disfrutarlo sin que se convirtiese en una tortura sexual a mano de su cenicienta en versión porno. Dejó de mirarla para concentrarse en su propio desayuno, pero no duro demasiado en eso, tan solo al darle su primer mordisco oyó su voz, lo provocó que volviese a dirigirle su entera atención.

—Tú nada más piensas en sexo —le acusó Elle.

—¿Lees la mente, preciosa? —Bebió un sorbo de su café haciendo caso omiso de su ceja alzada.

—No me hace falta —Limpio sus labios, sin dejar de mirarle —. Tus expresiones te delatan.

Damian soltó una corta risa, y le pregunto:

—¿Qué expresiones?

—Tu mirada se oscurece, te fijas en los detalles que te gustan de mí. Mis ojos, mi boca y mis pechos, y cuando tienes el alcance, mis nalgas y ni hablar de mis pies —Su sonrisa culpable le concedió la razón —. Y cuando no puedes desnudarme y follarme terminas por suspirar y sacudir tu cabeza, evitando volver a mirarme.

—¿Estás estudiando psicología y esta es tu forma de contármelo? —se burló, provocando que sonriese.

—Te lo he visto hacer todos los días desde que te conozco —Se encogió de hombros.

Asintió. Como ella, una sonrisa estaba dibujada en sus labios. Aunque le habían dejado en evidencia, no se desarrolló en él un sentimiento de vergüenza ante su absoluta verdad, la deseaba a cada momento, y la mayoría del tiempo se encontraba deseando tenerla desnuda entre sus brazos.

—Bueno... Me has pillado —aceptó. Su gesto victorioso le hizo rodar los ojos.

—¿Me vas a contar que pensabas?

Su pregunta, acompañada de un sutil mordisquito en sus labios, trajo de vuelta todos los pensamientos insanos que navegaban continuamente en su cabeza. No dejó de admirarla, notando que ella también dejaba ver el morbo a través de sus facciones, la intensidad en el mar de sus ojos parecía absorberlo, y él se metía de lleno en sus aguas.

Por tus Zapatos Negros (PARTE II)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora