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Daniel Ferca era consciente de todas las responsabilidades que había adquirido al decidir casarse con Dianne, tenía claro que ella pasaba por altos y bajos emocionales a causa de un pasado que no lograba superar, pero, su amor por ella iba sobre t...

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Daniel Ferca era consciente de todas las responsabilidades que había adquirido al decidir casarse con Dianne, tenía claro que ella pasaba por altos y bajos emocionales a causa de un pasado que no lograba superar, pero, su amor por ella iba sobre todas las cosas, y sabía que podría hacerle el frente a lo que sucediese. Muy dentro de sí lo sabía, aunque se encontrase dudando de todo.

Esa mañana se levantó primero que ella, quien llevaba horas durmiendo después de haberse bebido un medicamento para calmar sus nervios. Le besó en la frente antes de salir para darse una ducha y empezar el trabajo que había preparado para antes de que ella despertase.

Solo, sin querer incluir a nadie más para no generar más preocupaciones, se dispuso a recoger la habitación que habían compartido en el último año, cada trozo de los espejos, las lamparas y las sabanas rotas, guardaba lo que aún servía, y limpiaba cada superficie, mientras los recuerdos junto a su esposa le llegaban como ráfagas, habían pasado por tanto, se había esforzado tanto por mantener su relación que ya se encontraba agotado, seguía enamorado de Dianne, como un loco, pero ese amor le desgastaba tanto, que ya no sabía si estaba en lo correcto.

Las lágrimas salían de sus ojos, y en realidad no le importaba secarlas. Era irónico, había escuchado tantas veces decir que los hombres no lloraban, que no tenían sentimientos, que eran unos insensibles, pero ahí estaba él, llorando por la mujer que amaba, llenándose de fuerzas para lograr intentarlo una vez más.

Instaló los espejos, las lamparas y el televisor que llegaron a primera hora, sacó toda la basura y colocó sabanas limpias, dejó todo como nuevo en tan solo un par de horas, borrando de aquella habitación que su esposa había intentado por segunda vez terminar con su vida, deseando tener el poder de hacer lo mismo con su mente.

Tomó otra ducha con agua fría buscando aclarar sus sentimientos, calmar las turbulencias en su mente y la presión en su pecho, pero no podía, los tenía tan atorados que por primera vez un baño no le había servido para nada. Se vistió como acostumbraba, un traje, preparó un desayuno rápido, café, frutas, cereal y yogurt, y en una bandeja lo llevó a la habitación de huéspedes donde habían pasado la noche.

A su lado, le acarició el rostro, una y otra vez, hasta que comenzó a removerse y en poco más, sus hermosos ojos le regalaban la primera vista. No pudo evitar sonreír cuando ella lo hizo para él murmurando un buenos días, peinó su cabello negro enmarañado mientras su esposa se estiraba para luego ayudarle a sentarse en la cama.

—¿Cómo te sientes? —preguntó tranquilo, deseando con todas sus fuerzas que fuese un buen día para ella, y en consecuencia, para sí mismo.

—Bien —Sonrió para él —Me siento liviana, me siento descansada, me siento liberada —Se encogió de hombros, profundizando su sonrisa —Hace mucho que no me sentía así.

—Hablar con Elle y la pastilla te sentaron muy bien —La vio negar, y ladeó su rostro sin entender.

—Eso ayudó, pero lo que me sienta bien es que tú estés aquí conmigo —Buscó la mano de su esposo, y le dio un beso a sus gruesos nudillos —Tu presencia en mi vida es lo que me hace bien —susurró con un nudo en su garganta.

Por tus Zapatos Negros (PARTE II)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora