III

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El órgano que latía errático en su pecho estaba a punto de estallar, su amor, su príncipe pervertido estaba allí, buscándola de nuevo, intentando recuperarla

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El órgano que latía errático en su pecho estaba a punto de estallar, su amor, su príncipe pervertido estaba allí, buscándola de nuevo, intentando recuperarla. Lo amaba, tanto, que no podía evitar emocionarse ante su insistencia, pero, todo aquello que sentía lo apresó en su corazón, sellándolo en su interior, no lo dejaría salir, se obligaría a dejarlo dentro, mientras comenzaba a negar con frenesí.

—No quiero verlo, mamá, por favor —Sollozó.

Sus ojos volvieron a llenarse de lágrimas, mientras seguía negando. Le dolía demasiado tener que apartarse del hombre que amaba, negarse a sí misma lo que la pureza de su corazón pedía, a Damian, a sus besos, su entera presencia, pero su orgullo, sus magullados sentimientos estaban dominándola.

—Tranquila, bebé —susurró Mary, tomándola en sus brazos —Mírame, Elle —Le tomó el rostro por las mejillas y le limpió sus lágrimas negras —No me parece justo, por ambos, que hayas dejado a Damian, pero aun así te apoyo y te respaldaré, eres mi bebé, y si no quieres verlo, no pasará, ¿puedes respirar profundo y calmarte? —Al verla asentir, la abrazó de nuevo, acariciando su espalda escotada.

—¡Cenicienta, por favor, déjame hablarte! —Le oyeron pedir a Damian, acelerado.

—Sube a mi habitación, bebé —Se apartó de ella, y le dio una sonrisa tranquilizadora —¿Ashley podrías acompañarla?

—Sí, claro que sí, Mary —Se acercó a Elle y le tomó la mano —Ven, amiga.

Ni siquiera se permitió respirar, mientras observaba a su hija, andar de la mano de su mejor amiga a la habitación en el piso de arriba, le dolía el pecho, estaba calándole muy profundo su sufrimiento, pero el desamor, la decepción, eran parte de la vida, y muy en contra de lo que ella quisiese, Elle lo tenía vivir.

—¡Elle! —Volvió a llamar Damian, seguido de un par de golpes a la puerta.

Mary exhaló por fin el aire que estaba atorado en sus pulmones, y encaminándose hasta la puerta, tomó un par de respiraciones más. Las cosas entre Damian y su hija estaban mal, y no quería empeorarlo, pero nada en el mundo le haría faltarle a su bebé, Damian no iba a verla, hasta que ella misma se lo pidiese.

Abrió la puerta, y al instante, su mirada azulada, idéntica a la de Elle, aunque menos brillosa y más envejecida, se cruzó con los ojos grises, rebosantes de desesperación, de Damian Walker. Tragó el nudo que se empezaba a ceñir en su garganta al oírle decir:

—¡Mary! Necesito hablar con Elle, por favor, necesito pedirle perdón, la necesito, Mary por favor... —Sus palabras se perdieron entre las profundas ganas que tenía de llorar.

Al oírle, con la agonía latiendo en su voz, y al observar sus ojos rojos, ardiendo, y con las lágrimas a punto de salir, Mary Roberts comprobó que Damian estaba igual de lastimado que su hija, ambos habían sido víctimas del egoísmo de un tercero, y aunque algo dentro de ella le exigía que lo ayudara a él a componer la relación, su instinto maternal, fue más fuerte que todo.

Por tus Zapatos Negros (PARTE II)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora