XXVI

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El anillo de oro rosa que adornaba su dedo era precioso a la par discreto, pero había marcado una gran diferencia esa mañana. Elle había decidido llegar a la inmobiliaria Walker&Ferca de la mano de su futuro esposo, por la puerta grande, sin importarle absolutamente nada. Los consejos de la señora Walker hace pocos meses le motivaron a lanzar los últimos prejuicios que le quedaban para dedicarse a vivir.

Se iba a casar con Damian, el hombre que amaba, al diablo todo lo de más.

No le había contado a nadie aún, incluso ella misma no lo podía creer, de solo mirar el cielo se quedaba embelesada recordando su propuesta de matrimonio, el sí, y lo ocupados que habían estado después de ello. En el camino de vuelta habían decidido reunirlos a todos, luego del trabajo, en una íntima reunión para darles la magnífica noticia de su casamiento.

No tenía ni idea de cómo sería, no habían afinado detalles de nada, ni siquiera sabía cómo contener la emoción que embargaba su pecho.

Sólo sonreía, disfrutando de su dicha, aunque los murmullos sobre ella, las miradas, intentasen jugarle una mala pasada. En un momento libre, a media mañana, aprovechó de hablar con su madre para invitarlos a todos, incluido el italiano, a su casa, a lo que Mary, aunque extrañada, aceptó encantada.

Al terminar volvió a su trabajo tomando un par de archivos que requerían la firma de Damian. Tocó su puerta, esperó unos segundos para entrar, y sonrió al verle sumido en su trabajo, con una expresión demasiado seria para su gusto.

—¿Todo bien? —le preguntó con cautela, dejando los papeles sobre su escritorio.

Lo miró, a la espera de una de una respuesta, pero no llegó. Su mirada fue correspondida, sus ojos grises se posaron en ella, acompañado de un leve levantamiento del rictus de su boca, tan seductor, que tuvo que morderse el labio para contener su sonrisa.

—Todo está bien solo cuando te estoy follando —Su ruidosa carcajada lo hizo sonreír. Abrió espacio en su silla invitándole a su regazo —Es una orden —susurró divertido, ante su ceja arqueada.

—No te aproveches —expresó, señalándole con su dedo.

No bajó la guardia, pero si era sincera, ella quería subirse a su regazo, tenerle cerquita, aunque perdieran todo tipo de profesionalismo. Además, la mirada de Damian corriendo por sus curvas no le estaba ayudando demasiado. Soltó un suspiro y fue hasta él, montándose a horcajadas.

Su perfume, su piel, le invitaron a llenarla de besos. Uno en su cuello, como excusa para aspirar su delicioso aroma, luego corrió a su mandíbula, provocando una sonrisa en ella, que lo llevó a terminar en sus labios. Delicado, pero poco casto, necesitaba saborearla otra vez, y lo hizo con suma devoción, paseándose con la punta de su cálida lengua por cada rinconcito, succionándole su carne como un delicioso caramelo, acompañándolo de sus manos, una que descansaba en su mejilla, y la otra, más atrevida, bordeó sus curvas hasta terminar ahuecando su nalga.

Por tus Zapatos Negros (PARTE II)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora